Jonatan... Hasta su propio nombre le daba una sensación de infamia, estupidez o fraude. No sabia a ciencia cierta que es lo que pensaba de si mismo. En realidad, no sabia que pensar de nada, había logrado sobrevivir con la estrategia inalterable de no formar opinión, no tomar partido, no reaccionar, no contestar, no juzgar.
No. Nada
Su vida le daba asco. A veces. Todo parecía tan predeterminado y rutinario que ni siquiera sabía por donde escapar.
Cuando su estrategia lo llevaba al punto donde dirigía sus pasos, sin que pudiera bajarse antes, tirarse del tren de su inevitable realidad: inevitablemente hacia la colisión.
Pero no era un choque de dos fuerzas, jamás, sino como una masa de gelatina que se achataba contra una pared, esparciéndose por todos lados. Esa era su vida, así se sentía. Ahora mismo.
Puso los panes duros, secos, en la olla abollada por todos lados de tirarla a la bacha, aunque jamás la lavara. Las costras ennegrecidas que se engrosaban llegando a los bordes, siempre le recordaban a su perro, siempre, lo hacían sonreír. era la misma olla olla vieja donde le cocinaba, en su minimalista y pequeña oficina de Hong Kong. Se creía un rey por darle carne a su perro, cada día, y ahora, él mismo era el perro. La misma olla hundiéndose en el agua turbia y sucia.
Jamás volvería a esa vida, encadenado voluntariamente a una serie de pantallas llenas de números verdes o rojos. Solo cifras y siglas, sin ningún contacto humano. El mundo podía detenerse o estallar, aunque solo se enteraría en el momento en que afectara a sus negocios.
De alguna manera dormía unas cuatro o cinco horas al día, entrecortado. A la hora que se despertara había una Bolsa abierta: el mercado de Nueva York, los Futuros de azúcar de Londres, El Crudo de Arabia, los derivados en Singapur, el hierro de la B3, la lana australiana que arribaba al puerto de Shanghái...
De repente el Crack. Hablando en términos globales, históricos, fue solo una pequeña corrección en el mercado. Pero estaba sobreoperando, la ausencia total de contacto humano, lo había llevado a ingresar en nuevos mercados, donde no pudiera dejar de hacer negocios. La redondez de la Tierra le daba la posibilidad de estar veinticuatro horas al día conectado a algo. Era como una droga. Mejor que una droga, que cualquier droga.
Estaba esperando algo así desde hace tiempo, la adrenalina lo hacia traspirar sobre el teclado, mientras navegaba de una pantalla a la otra, de un gráfico a otro. Se sentía como un surfista que al fin montaba la ola de su vida, y no pensaba caerse.
Como siempre, iba a detenerse suavemente despues de correr la ola, todas las caídas habían sido antes, cuando aprendía: la desilusión, la miseria, incluso la prisión, la deshonra, la humillación... no habían hecho mas que fortalecerlo y volverlo mas eficiente, mas poderosamente intuitivo, un calculador, un aguzado analista de gráficos, un geómetra de la estrategia.
El revolcón de los mercados fue grande. Cuando vendió el último lote de diamantes en Johannesburgo, y decidió parar para dormir, llevaba 72 horas ininterrumpidas de negocios, y apenas si había tomado unos sorbos de agua... Entre sueños escuchaba a veces al pequeño perro royendo el cartón. Apenas despertara le haría de comer.
De alguna manera cuando abrió los ojos, sabía que el mundo era nuevo. No por los mas de cinco millones de dólares que había agregado a su capital, sino por el hambre, por el cuerpo rejuvenecido despues de no probar bocado en tres días, por dormir doce horas de corrido despues de tres años.
Una vez que conocía a la perfección un producto, lo abandonaba. Sin desafíos, la vida perdía el sabor, como la comida que se preparaba en el microondas cada día, de lo cual daban fe la interminable montaña de cajas que el perro terminaba aplastando y sumando a su dormidero. Nunca se dio cuenta de las moscas, ni del silencio del pequeño animal, nunca había dejado de saltar a su alrededor mientras quemaba los bifes en la pequeña olla. Solo hoy.
El pequeño y travieso demonio había muerto sin despedirse! Como un barco al que el oleaje hace estallar los cabos que lo unían al puerto, de repente se sintió derivando hacia alta mar. La habitación empezó a rodearlo con su realidad incontrastable y patética, hasta que tuvo la certeza de que se iba a volver loco. Nunca fue consciente de que entre las cosas de su valija guardaba la pequeña olla, además de su computadora portátil. Salió a la calle y tomó un taxi al aeropuerto.
Miraba el tablero de letras luminosas como un autómata, sin pensar en las millones de acciones que en ese mismo momento estaban cambiando de cotización. De repente una sigla llamó su atención: EZE, Por qué? Buenos Aires: el único mercado que no había podido vencer. Su permanente efervescencia política, su volatilidad imprevisible, Sus incomprensibles y redundantes tipos de cambio, sus grandes empresas cautivas del estado... lo habían sorprendido tirando a tierra una y otra vez sus teorías.
Y sin embargo, el mercado funcionaba.
La gente de ese lugar debería tener alguna especie de conocimiento secreto, y él iba a averiguar cual era. Llamó al Francés, necesitaba un documento argentino antes de noventa minutos, allá no tendría contactos y no iba a exponerse a la interacción con personas desconocidas. Hizo la transferencia y esperó el mandadero. De regalo, a cuenta de la exorbitante suma pagada por el urgente trabajo, le llegó también un teléfono con un número argentino, activado, y una postal(en realidad un pequeño almanaque) con la fotografía de un misterioso monumento.
No podían ser tan poco imaginativos. Esa especie de columna solitaria debía ser una especie de clave que explicaba todo. Ya sentía la adrenalina correr por su cuerpo. Embarcó. 5493456028998. Hasta su número de teléfono parecía contener un mensaje oculto. Lo anotó en su libreta y empezó a hacer cálculos, cuyos resultados también fue anotando hasta que se durmió. Todo parecía encajar a la perfección con algún tipo de misterio...
Se encerró tres meses en un pequeño y familiar hotel del puerto, en un barrio tranquilo al sur de la ciudad, decidido a no salir hasta aprender correctamente el español. No iba a parar hasta hablar como un nativo. Semana por medio, el barrio entero se volvía un loquero. Uno de esos días, fue a una cantina decidido a poner a prueba su español. Primero notó que era uno de los pocos, sino el único, que no tenia ropa alguna del color de los demás, fanáticos desaforados, ninguno se preocupaba por disculparse despues de empujarlo o pegarle un pisotón.
Luego de un par de minutos, empujó también a uno, que no pareció notarlo. Al contrario, usó el envión como una ola que fue y volvió nuevamente, sin dejar de aferrarse a sus colegas, tan atiborrados de los mismos dos colores como él. Este movimiento le recordó a los mercados, su misión. La volatilidad impredecible del Merval. Era una clave.
Volvió a empujar el personaje, con aun mas fuerza, esperando alguna reacción, no violenta, pero si que le diera la oportunidad de mirarlo a la cara y pedirle explicaciones. Ni se mosqueó, en vez de eso lo miro con una alegría incomprensible mientras trastabillaba haciendo perder el equilibrio a sus compañeros, rebotar contra una mesa donde, prudentemente los bebedores levantaron sus vasos, para volver como una ola que la marea alta empuja contra la escollera. Eso no provocó mas que carcajadas de alegría. No podía entender...
Lo que lo desorientaba más era que la expresión del rostro no era para nada violenta, sino de una alegre hermandad inexplicable. Se paró decidido a dar un verdadero empujón con todas sus fuerzas, pero antes que pudiera afirmarse, ya lo habían agarrado y estaba derivando entre las mesas, saltando a la par de los demás en un extraño estribillo: "...se mueve para acá, se mueve para allá, esta es la banda mas loca que hay...".
Daba por sentado que se conocían todos, y que lo identificaban como extranjero, ya que lo sumergieron en su fiesta sin preguntarle nada. Uno le puso un gorro, otro le dio una botella de cerveza, y en algún momento se descubrió a si mismo con un cigarrillo de marihuana, que sin preguntarle si fumaba o no, le habían pasado. De repente, uno de ellos salió afuera y todos lo siguieron, y él fue en el medio sin saber por qué. En el instante siguiente tenía una entrada en su mano y era parte de una ola que ingresaba al estadio de futbol.
Un poco por no desentonar, y un poco porque le seguían suministrando alcohol y drogas, a las que su cuerpo no estaba para nada acostumbrado, siguió participando hasta el final en el eufórico ritual. Saltaba cuando saltaban, gritaba cuando gritaban, y desafinaba en palabras inexistentes que parecían ser festejadas por todos.
De repente una pelota atravesó el arco para hamacarse en la red, y el intenso oleaje de gente se convirtió en una frenética montaña rusa. Sintió sus costillas aplastarse entre dos cuerpos gigantes, y luego la marea lo arrastro de un lado a otro, y en el siguiente instante recomenzó el vaivén, mas furioso y desaforado que nunca.
De vez en cuando alguien venía y lo abrazaba, le frotaban el pelo, o lo abrazaba para saltar de un lado a otro de la tribuna de cemento. "Chino, sos una masa...una masa... no faltes, no faltes más, mirá que nos trajiste suerte" -Le dijo un pelado babeandose de la borrachera, y todos lo apoyaron.- "...es el chino del hotel..."dijo una joven de vidriosa mirada "Vamos chino carajooo!!!" gritó hacia el cielo un anciano que bailaba con una lata en cada mano.
Lo único que podía hacer era sonreír y aceptar todo lo que le daban. Jamás pudo explicarse ni preguntarle a nadie, como fue que volvió a su hotel, pero ahí fue donde se despertó al otro día. Este era un país inexplicable, pensó, mientras intentaba arrastrar su cuerpo adolorido, su cara hinchada hasta la bañera. Se decidió a seguir investigando antes de empezar a invertir en nada. La clave estaba en que...que...
_Chino!
Alguien golpeaba la puerta, insistentemente...Algún desconocido lo llamaba:
_Chino... Chino, ya te recuperaste? Pasó la fisura? Ya estas listo?
Listo? Listo para que...? Se preguntó a si mismo sin respuesta.
Sus ojos se abrieron al sonido del despertador. No era un reloj, sino el anuncio de cambió de turno en la vieja fábrica de vidrio. Las cuatro de la tarde. Argentina... "no lo entenderías" se susurró a si mismo, con lo cual soltó una pequeña y dolorosa carcajada.
De alguna manera, su misma cotidianidad le daba la oportunidad de descargarse, sino, estaría loco. Intentó encender la hornalla con el chispazo del encendedor sin gas, pero no encendía. Siguió probando hasta que se dio cuenta de que la garrafa estaba vacía. Maldita rutina. Se recostó contra la inmensa bandera donde estaba escrito, entre otros, su propio nombre. Se raspo la cabeza contra la pared de madera, insistentemente, intentando sacarse el dolor, pero era mucho mas profundo que un músculo o su cerebro. Le dolía su historia, su propia historia. Le dolía su inexistente necesidad de cambiar de vida.
Por suerte podía pedir agua caliente a sus vecinos, a esta hora, ya estaban todos levantados... salió afuera con el termo, si no tomaba unos mates, tenía la sensación de que iba a empezar a derrumbar el conventillo... Lo primero que escuchó fue una carcajada
_Chino, todavía no cambiaste la garrafa? Te voy a cobrar eh! Que partidazo ayer, no? Como corrían esos hijos de puta!!
Le dio el termo sin hablar, sin responder, incluso, con la seguridad de que su cara de mal humor, denotaba a las claras sus ganas de asesinarlo, pero el otro tipo ni se inmutó. Al contrario...
_Pasá, pasá... que querés, que te meen los perros quedándote en la puerta? Tenes yerba? Queres un mate mientras? -Y sin esperar respuesta se lo puso entre las manos...
_Hola Chino!
Tardó en darse cuenta de que unas manos salían desde la punta del colchón, bajo las sábanas, saludándolo...se adivinaba otro cuerpo a su lado, aunque permanecía tapado hasta las orejas. Respondió en un carraspeo, automáticamente:
_Como andas Yesi...
_Mmmm -fue toda su respuesta, al ser apretada por el abrazo de su compañero de cama...
_Bien Chino, acá andamos todos bien, por suerte -le respondió por ella el dueño de casa, pasándole otro mate, mientras volvía a afirmar- Que partidazo que jugamos eh!! La pava ya chillaba con el agua caliente. Sin esperar otra intervención, él mismo llenó el termo, y se fue apenas gruñendo un saludo...
Tomo seis mates mirando la mesa de plástico, antes de poder elaborar un pensamiento, su cabeza le hacía recordar a un basural lleno de humo donde revoloteaban gaviotas y garzas...De repente se acordó de su oficina hongkonesa... De su objetivo al viajar hacia la Argentina. Tenia que haber alguna clave oculta...cuando la descubra, no lo iba a parar nadie... Se tiró en la cama un rato, cerrando los ojos para relajarse...
Cuando los volvió a abrir, ya era noche cerrada, Se despertó recuperado. En su mente no registró ningún recuerdo de su vida anterior, se vistió y salió a la calle, hoy tenían que hacer un trabajito en el puerto...