31 agosto

Día de calor en la villa

 


 

Como siempre subí al colectivo y sentí la bronca de un par de miradas, discriminatorias, así que los identifique de reojo, por las dudas me los cruce en la calle estar atento y me quede adelante, agarrado del pasamanos, sacándole charla al chofer, mirando los pozos interminables, la gente que caminaba a los saltos.

  Es un mundo de colores, lamentablemente pienso yo, y nadie tiene derecho a cuestionarme los míos, pero lo hacen permanentemente, y siento que el mundo está equivocado y que nada valgo yo ni mi trabajo para ellos.

Por eso lo hago lo mejor que puedo, aunque igualmente a veces me salga del marco, aunque tenga que desobedecer al jefe, para no volver sin ganar algo, para no dejar de avanzar… y tanteo el DVD en la mochila, que siempre llevo al revés para evitar los robos, si me llego a dormir. 

  Llego a mi destino, me bajo, y respiro hondo para encarar el trayecto de todos los días, un par de niños me miran asombrados desde la luneta del colectivo mientras arranca y se va lejos, como un barco que no va a volver a puerto.  Camino por la calle con cuidado de no mojarme la ropa de trabajo, y comienzo la primera de las dieciséis cuadras que me llevan hasta casa.


  Algunos niños y adultos ya me saludan, agachando apenas la cabeza, como por compromiso, como si la cortesía de vecinos quedara mal al ignorarme más tiempo, tanteo las monedas en mi bolsillo, todo bien, para caminar tranquilo.  

  El sol asoma de a ratos entre la garua y las nubes pero se tapa enseguida, como para que no brille el chaperío de los ranchos, ya más cerca de casa.  Paso por el primer punto de peaje, me solicitan un par de monedas que cedo amablemente, para vivir en paz, sin que nunca sepan que llevo cada día en la mochila, me saludan y ofrecen vino, que rechazo, solo quiero llegar y cambiarme, parar la máquina, mirar un poco de televisión y tirarme a descansar un rato.  

  Ahora si siento directamente las miradas de asco, de sospechas, recelosas, a veces pienso que si me quedara parado tal vez ligaría un tiro por las dudas, aunque sé que solo es una sensación y la descarto enseguida.  Ahora paso por la esquina de los picantes, pendejos, estos no me piden nada, solo destilan su odio.  Me hacen acordar a cuando caímos en la comisaria y yo pensando que íbamos a salir enseguida  ¡Y en vez de eso papá nos tiro un mazo de cartas a la celda, para que no nos aburriéramos!

  Yo lo odiaba, pero cuando caí por segunda vez y me empezó a cagar a palazos hasta que lo sacaron entre cuatro compañeros, chorreando de mi sangre y mis lágrimas, transpiración y justicia divina como si fuera dios,  jure que nunca iba a ser policía, tanta humillación y rabia…llore a los gritos toda la noche mirando la sombra sentada en la mesita contra la pared, saltando y cabeceando las paredes, el dolor físico ni siquiera lo sentí  hasta el otro día…

  No dejo que note que los veo, se creen delincuentes porque se juntan en la esquina y me desprecian al pasar, pero esconden el porrito cuando me ven…

  Igual, no veo ni escucho nada que pase en el barrio, que se ocupen los vigilantes de la zona, no quiero que me incendien la casa, como le paso a Gonzales, que se compró una casilla a media cuadra del tranza, cuando llego con el camión de la mudanza, todavía humeaba, de los vecinos, nadie vio nada claro, al final vendió el terreno por monedas, y nunca pudo comprobar ninguna, el tipo arreglaba con los de la séptima y le dijeron que se quedara en el molde nomas, milicos de mierda, hijos de puta.  

  Por eso cuando puedo me compro mil ladrillos y los voy pegando los días de franco.


  Hoy no, claro, que arranca de nuevo el baile en el club, y tengo fichada a la Elsa, los padres saben de qué trabajo y no les parece mal, cuando termine la pieza me la traigo y ya voy a tener más ordenada la casa, algunas flores, y la comida caliente, tanta chatarra me está destrozando el hígado. 

   Voy pensando en el Fernet con coca que me espera, las ojotas, la libertad al fin de colgar el uniforme y disfrutar del sol de la villa, solo a veces pienso en papá y me arruina la tarde, pero trato de enfocarme en aprender  de sus errores, y de sus aciertos que también los tenia, como me voy enterando por sus  viejos compañeros, cuanto humo, cuanta gente en esa esquina 

  ¡…Uy! ¡Me pasé!  ¿Todavía no conozco el barrio? ¿Es que no  había una garita acá? Eso me desubico, era la esquina de mi casa…. ¿De mi casa? Bajo.  La presión me juega una mala pasada y me tiemblan las piernas, pero igual voy al trote, doblo en la callejuela con un mal presentimiento.


  Por suerte no era mi casa, hay un gurisito tirado en el piso, desangrándose, una vieja ya se me cuelga del brazo, ahora me necesita, no se da cuenta que no tiene vuelta, mi casa sigue ahí, así que saco el celu y le mando un mensaje a la Elsi, hoy no voy a poder corazón, se me complico.  A ver, alguien llamo a la policía, bueno ya van a venir, este está muerto… y empiezo a recolectar información para dispersar la gente, que le preguntas el nombre y desaparecen.  

  Hago como que anoto en la libreta, y cuando la sirena me avisa que va a doblar el patrullero me pierdo para casa ¡Cambié de opinión, voy a tomar el Fernet y salir a despejarme un poco! Le mando el código de la tarjeta que le debía a la gringa y un mensaje

   ¡Zafé, esperame! Dejo el DVD arriba del televisor y agarro una botella de hielo, saco los pies de los borcegos y cuelgo el uniforme de la percha.  

  Empiezo a relajarme… se escuchan un par de tiros… dejo la nueve a la mano por las dudas, y que rico que esta esto la puta madre… ¡se me fueron las ganas de salir, le voy a mandar un remis a esta loca, que ahora no me contesta!

Nunca extrañé a las sirenas

 


  Ella cuidaba a nuestra hija en la costa, mientras yo cazaba los filosos mejillones, que tenazmente crecían sobre las grandes rocas, pintándolas completamente de negro.  

  El sol era increíblemente fuerte a esa hora, y mi cuerpo lo sentía cada segundo, por suerte cada tanto, al descargar la bolsa con algunas decenas de mejillones, me pegaba un buen chapuzón en el agua del mar, y por un segundo veía a Maia jugar o dormir en la arena, lo que renovaba mis fuerzas para trepar de nuevo. 

  Bajaba a los saltos piedra a piedra, copiando el reflujo de las olas, que tenían un ritmo exacto, de vaivén, como un vals mortal que no podía dejar de bailar: en esos días habíamos cambiado nuestra dieta, comiendo nosotros también, además de nuestra hija.   

  Cada día, afortunadamente, lográbamos incorporar las vitaminas necesarias para su crecimiento y desarrollo, con frutas y leche o yogur, además de lo que cocinábamos, con lo poco que vendíamos, pues la feria estaba cerrada a los artesanos, itinerantes y pobres como nosotros.  

  Bocadillos de algas eran nuestro platillo estrella, delicioso gratis y rendidor, arroz, pan, y… ¡Creo que nada más, sino lo recordaría!

  Mi mirada estaba tan fija en el agua que hubiera podido posarse una gaviota en ella, saltaba rápidamente a la piedra y arrancaba ocho o nueve mejillones mientras la ola retrocedía, inmediatamente saltaba hacia atrás y trepaba de nuevo con el agua salpicándome, los dejaba al resguardo de las olas mientras miraba reventar la marea contra las piedras milenarias con una fuerza brutal que convertía todo en chispas de espuma y agua volando hacia todos lados.  

  El ruido atronador no dejaba lugar a dudar de la fuerza del mar, ni de la fortaleza de las rocas, en duelo desde siempre. Descansaba mirando el agua correr y empujarse, los fuertes cangrejos esperando con sus pinzas abiertas para cazar su comida sumergiéndose felices en la espuma, agarrados quien sabe cómo, sin ceder a su fuerza.

  Nunca vimos una sirena, pero yo sentía que el mar tiene una fuerza atrayente por sí mismo, que a veces amenazaba con captarme, haciendo del ritmo de las aguas, la espuma, el movimiento, algo tan hipnótico y hermoso que por momentos daban ganas de fundirse en esa inmensidad para toda la eternidad, lo cual era un peligro que evitaba siquiera pensar, y lo conjuraba mirando los restos muertos de criaturas marinas, o el caparazón de la gran tortuga Laúd que descansaba sobre la playa pudriéndose a pesar de su increíble belleza.

  Habíamos dejado todo en aras de la libertad y no nos arrepentíamos, la vida era dura, cada día, el hambre y la sed nos acompañaban como dos espectros amigos, y solo en esos días de pesca habíamos logrado olvidarlos por un rato.  

  Justo a tiempo!  Ya no vendíamos nada hace días.  Sin comida, volviendo con nuestra botella de agua a la carpa escondida entre las dunas hirvientes, a cuadras del pueblo, sin más esperanzas que poder hacer un fuego de ramitas de acacia entre la llovizna y mirarlo.  

  Caminábamos con nuestra hija envuelta en una toalla, en las farmacias ya no tenían mas pañales de muestra para nosotros, sin leche en polvo, sin una sola moneda, una fruta.

  Sin embargo la impotencia era un lugar común en ese año donde la fatal crisis en el país vecino había privado a este del noventa por ciento del turismo. Había salido el sol y parecía cruel, cuando recordé que unos artesanos que habíamos cruzado antes cazaban mejillones en las piedras cuando ya no quedaban más recursos.  

  Ahí fue cuando caminamos hacia las negras piedras lejanas y yo pensé que… 

  Y saqué uno de muestra cortándome los dedos y decidimos que sí, que eso debía de ser un mejillón, indudablemente, tenía toda la cara de serlo. Y así empezó mi carrera de cazador y vendedor ambulante de mejillones frescos.

  Así que por las noches ahora hasta comprábamos medio litro de vino rosado suelto, como para disfrutar de la buena vida que nos habíamos ganado.  

  Pero ahora estaba en la piedra, como cada día, arrancándolos con mejorada técnica, subiendo y bajando al compás del reloj exacto de las olas.  

  Se iba la ola, enfilaba piedra abajo, bajaba otra piedra más, y llegaba a la piedra negra: negra de mejillones, cazando los primeros entre el agua que se iba.  

  ¡Ahí viene la ola!  Piedra arriba!  Otra piedra arriba más!  

  Y estaba a salvo de la muerte por desintegración, con el agua salpicándome y pegándome en los  talones, agarrado a una saliente rocosa amiga.  

  La bolsa se iba llenando y después otra, y la vida bullía entre nosotros y la felicidad de tomarnos unas pequeñas vacaciones en uno de los lugares más lindos del mundo.  Y el mar, salado y dulce.

  Pero hasta el mar desafina alguna vez, y la ola dejó lugar para que baje, solamente para atravesarme con otra ola melliza que venía atrás, escondida.

  Rodé hasta pegar contra la dura roca mientras pensaba “Que será de mi gente, perdida y sin recursos... Perdón, hija…”

  Pero no tuve tiempo de sentirme muerto porque la ola empezó a retroceder arrastrando todo y yo pensaba en los cangrejos siempre aferrados en el mismo lugar mientras yo viajaba al fondo del mar… 

  Y girando clavé los brazos, los codos, las piernas, la espalda, la cintura, la cabeza, y finalmente los dedos, cortándome integralmente con el filo de los moluscos, con tanta fuerza que creo que detuve el girar de la tierra, mientras la ola reclamaba para el océano mi alma de cazador nato.

  Sin tiempo de pensar ni respirar, me pegaba a la piedra con tanta tenacidad y determinación que la furia del mar finalmente terminó y me abandonó justo en el borde con las piernas en el aire, para volver con otra ola, mientras  yo, temblando convulsivamente, subía a los saltos piedra arriba, y otra piedra más, agarrando la bolsa llena.  

  Y bajé piedra por piedra hasta la playa, hasta la blanca arena tibia de la vida, hasta el recoveco que protegía del sol intenso a mi familia.  

La pequeña vida retozante jamás supo de nada, y la madre no lo había visto: jugaban con una estrella marina… El susto de verme completamente ensangrentado se volvió instintivamente alivio de saber que había sobrevivido (y no era la primera vez que me veía bañado en mi propia sangre, y tampoco sería la última).

  Las palabras sobran a veces pero son necesarias y hay que decirlas: “No vayas más Santi, volvé mañana”  cuando los dos sabíamos que una sola bolsa de mejillones no era suficiente.  

  Descansé parado al sol dos minutos llenando mis pulmones de aire salado hasta que mi cuerpo consumió la adrenalina que lo hacía temblar como un motor acelerado a fondo, y mi cabeza volvió del mundo lejano donde había quedado pudiendo elaborar un primer pensamiento: “Debo volver a completar mi tarea”.  

  Luego un beso, no más que pudiera ablandarme demasiado, mirar a mi hija, una leve caricia y subir de nuevo…

  La primera gota de agua que salpico mis heridas provoco un ardor tan intenso que todas las demás solo fueron de rutina.  Y seguí hasta la una de la tarde, como cada día, hasta completar tres bolsas, que volví a llenar después de limpiarlos uno por uno de las algas y microorganismos diversos que se encaraman a habitarlos, igual que ellos se encaraman a la roca, en esta infinita fábrica de vida que es el mar y sus caprichosas corrientes.

  Una de las bolsas era para nosotros, que nos merecíamos un arroz con mejillones.  El mar no me volvió a traicionar, y nos medíamos con respeto, y volví caminando trabajosamente, cortado en lonjas desde la cabeza a los pies, feliz gritando, “Mejilloneeees... mejillones frescos” sin saber que ese sería el último día.  

  A la mañana siguiente, la piedra estaba sumergida, y en los días que esperamos que baje el mar, volvimos a nuestra situación de siempre, saliendo finalmente a la ruta caminando bajo la llovizna que empezaba a ser tormenta, cansados, hambrientos, sin recurso ninguno y riendo a carcajadas de nuestros planes desbaratados por el destino.  

  Justo antes del cruce, un auto que también salía nos alcanzó la mamadera que habíamos perdido en el camino, regalándonos un yogurcito para la niña, mientras los niños adentro del auto miraban con redondos ojos fantasiosos nuestra caravana de tres personas.

   Y así dejamos Punta del Diablo rumbo al Chuí, donde Maia cumpliría su primer año de vida, en la exacta línea de puntos de la frontera…

29 agosto

El Gordito abrió los ojos…


 


 

El gordito abrió los ojos y se sintió distinto, tal vez había soñado toda la noche, tal vez no había dormido en realidad, tiritando, sintiendo el camino del viento a través de los campos y los árboles y los ranchos de madera y las rendijas mal tapadas con Ruberoid y las frazadas deshilachadas y las patas amontonadas entrelazadas en la misma cama. 

  Caracoleando en los agujeros de las sabanas  hasta salir de nuevo por la puerta y peinar a los perros malacostumbrados a dormir entre la helada, escarchados, resignados, cuidando la miseria absoluta a la que brindaban su lealtad eterna.

  El gordito abrió los ojos y se sintió distinto, tal vez tenía ganas de llorar, como la Aye que se despertaba a mamar la teta seca de la madre, tal vez tenia bronca, tal vez hoy se había dado cuenta que era el hombre de la casa con sus ocho años y no podía tolerar más esta situación escandalosa, este hambre tiránico, esta falta de esperanzas sin cambio.

  El gordito abrió los ojos y sintió que le habían robado la oportunidad, la necesidad de ser un niño, el tiempo de jugar sin pensar en nada y venir corriendo a la mesa cuando lo llamaran a comer y escaparse corriendo de la madre cuando lo mandaran a bañarse y entrar caprichosamente abajo del chorro de agua caliente tirando la ropa a cualquier lado para que la lave mama, para estirar la hora de dormir, y soñar calentito hasta que el despertador toque la hora de ir a la escuela.

  El gordito abrió los ojos y se sentó violentamente en la cama, destapando a sus hermanos, la Plupli le pregunto, sobresaltada: ¿Qué te pasa? Pero él nada… clavadas sus pupilas en el borde del tiempo, en los intentos de luz que entraban por las rendijas.  Los otros dos se amucharon en la frazada y se abrazaron bien, y la Plupli volvió a preguntar: ¿Estás bien? 

  "No sé", dijo él y se levantó para ponerse las zapatillas y la campera, agarro el barrilete de nailon negro que estaba en un rincón y lo quedo mirando a contrasombra un rato largo, tan largo que despertó a la madre con el silencio: ahora fue ella la que pregunto: Maxi, que te pasa, acostate a dormir que es temprano... ¿Te sentís mal? 

"No sé" dijo él y la quedo mirando, y la quedo mirando hasta que la expresión de su madre era una sola pregunta sin respuesta, hasta que dijo: "Tengo que salir"… y salió. 

  La madre quedo fija en el espacio donde estaba su hijo, el mayor ahora que el Pacú estaba preso, y sintió un vacío en el estómago como cuando salió mirándola así el Negro, su marido, y nunca más lo volvió a ver vivo, y así miraba el Monigote, y así la miro el Pacú, aunque este con un destello de compasión que los otros no tenían, tal vez por ser hijo de otro padre.

   Y quiso ser fuerte, y quiso haberlo parado antes de que salga, y quiso que la vida fuera distinta pero sabía que era así, para ellos, para siempre, para sus hijos, para todos en el asentamiento. 

  Y lloro.  Despacito primero, una lagrima y después otra, y después a chorros y sollozos, y a gritos desesperados y alaridos.  Los gurises fueron abrazándola de a uno, a medida que su oído y su falta de sueño les permitían darse cuenta de lo que estaba pasando, hasta quedar ovillados, bañados por el llanto de la madre en la madrugada fría, hasta que se apagó todo y fue otra vez silencio.

  Y de a uno fueron agarrando las tarjetas -estampitas con frases bíblicas o motivadoras que repartían a cambio de una colaboración "a voluntad"- y saliendo afuera, a trabajar, sin preguntar nada, dándole un beso, derretida en el medio de la pieza de tierra, y solo ahí se despertó la Aye, llorando como para demostrar que la vida sigue y que todos los llantos no son iguales, y que quería la teta de la madre para disimular que tenía hambre.  

  La Karina arrastro sus veintiocho  años hasta sentarse en la cama y la puso arriba de ella, y la abrazo contra su pecho… y quedo mirando la nada.

  El gordito salió caminando como todos los días, por la misma calle, aunque nunca se había despertado tan temprano, cantaban pájaros en el silencio, y los perros quietos no se gastaban ni en ladrar.  Los ranchos eran los mismos, aunque con el sol pegando de abajo parecían salidos de otro mundo, y la barriada entera durmiendo no anunciaba nada de lo que iba a pasar.  

  Todo estaba de un color amarillo intenso y cálido, que contrastaba con el frio duro de los últimos días de ese invierno, y el gordito se desabrocho la campera mientras caminaba rumbo al centro, cada vez más ansioso y confundido, y a la vez intensamente seguro de lo que iba a hacer, aunque todavía no sabía que ni como, pero iba a hacerlo, sin dudas, para convertirse en hombre.

  _¡Gordito! 

_¡Plancha! 

_¡Manuco! 

_Como va ¿Todo bien?... El ritual del saludo con los vendedores nocturnos de flores, los cuidadores de coches, los habitantes de la plaza... nadie sintió nada raro en sus manos, que eran desde hoy manos de hombre… 

  _¿Qué haces tan temprano? 

_Nada, voy a ver si consigo algo de comer que hoy es mi cumpleaños, mintió después al vendedor de panchos, era nuevo, así que aún no lo conocía muy bien. 

_Ahh... - contesto este con culpa- Feliz cumpleaños... Y después: ¿Querés un pancho? 

_Bueno -dijo el, contento, probando el filo de su impaciencia, el espesor de su malicia, la desconocida impiedad que necesitaba para encarar su tarea-.  

Y mientras sacaba la salchicha del agua le robo el rollo de servilletas 

_¿Qué le pones? 

_Todo -dijo el- ¡Es mi cumpleaños! Riéndose contento. 

  Los vendedores de flores miraban de lejos, sonriendo divertidos. 

_Sí, claro, toma una gaseosa… ¿Dónde deje las servilletas? ¿No te enojas si te lo doy así? Ah, ya que estas ¿No me vas a comprar un rollo de servilletas al Drugstore? ¡Se me habrán volado, las putas! 

_Si, como no ¡Si me das la plata! Toma, che; traeme el vuelto eh! ¿Y cuantos años cumplís? Le dijo finalmente.

  El gordito se detuvo, mirándolo, hasta terminar el bocado que estaba masticando, lo bajo con un trago de coca, la cerro y le contesto finalmente, mientras le tiraba el rollo de servilletas de papel que saco de entre sus ropas… y…. Ya debo andar como por los ochocientos años jajajajajajaja y se alejó corriendo a los saltos  ante el amague del panchero de abandonar su puesto para capturarlo.

  Los de la esquina se reían a carcajadas ante la jugada maestra del gordito, y la desazón del panchero, que había comprometido la ganancia del día.  No sabía que había recibido una utilísima lección. 

  Terminó de comer encaramado en un banco, mientras miraba llegar a los empleados a las puertas de los comercios, en su estéril espera de quince minutos diarios antes de que el jefe fuera a levantar la cortina. 

Tal vez en ese momento, con la panza menos vacía, empezó a delinear las directrices generales de su plan.  

Escuchaba la gente y sus charlas al pasar, retazos de un mundo incomprensible: “…y van a ser cooperativas ficticias…” “…ese es más barato, con quince mil lo arreglas…” “noo, deja los impuestos para la gilada, pasa por el estudio y lo dibujamos…” “…y si quiere ver a los chicos que me de lo que le pido, nada más…”

  Pateó la botella al medio de la plaza y empezó con paso decidido a caminar mientras rumiaba su bronca, pasó de gusto por el puesto de panchos a tiro del panchero, que también había convertido su impotencia en rabia sorda y lo empezó a correr, ahí se puso divertido, para todos, que miraban la inútil carrera, cuando doblaron la esquina hacia el centro comercial, los muchachos, que no le debían nada, se pusieron a desayunar gratis, aunque sin tocar las gaseosas, que estaban contadas.

  El gordito entro en la tienda, respiro hondo hasta vencer la agitación, vio pasar el panchero corriendo y meneo la cabeza  ¡Que fácil había sido! 

  Cuando lo saludaron al fin, esperando una explicación, pidió una bolsa, que le fue dada, y ahí nomás empezó a acopiar ovillos de lana ante la mirada sorprendida y desilusionada de la dueña del local, que intentaba mirarlo a los ojos para saber si esa chispa de maldad realmente la incluía a ella también. 

  Finalmente lo agarro por un brazo haciendo que se suelte en un violento movimiento que desparramo todo por el piso.  Ofendido, pateo también los estantes, logrando volcar uno, en un despliegue de colores desovillados que lo hizo feliz por solo un segundo. Entonces eligió el más lindo, de dos colores, y salió corriendo nuevamente.  En la esquina estaba el panchero hablando con un policía, así que les pegó un grito antes de arrancar para el otro lado.

  Sus patitas y su corazón daban todo lo que tenían pero finalmente tuvo que entrar a descansar en la librería, donde obviamente también lo conocían, ya que era el lugar donde imprimían las tarjetas que cambiaba por monedas.  

  El viejo, atorrante como pocos, le cobraba siempre el doble con la esperanza de que un día se canse y no vuelva más con su mugre, su roña, su pobreza eterna que desprestigiaba el local, así que rápido fue a buscar un mazo al fondo mientras el gordito se elegía un par de cartulinas y plasticolas de colores que metió en un cestito papelero donde también fue a parar el ovillo y lo esperó, tranquilo como siempre.

  La cara del viejo cambió al verlo, ya que sabía que era imposible que tuviera para pagar, y desesperadamente salto la barra del mostrador para evitar el robo, pero el gurí, sorpresivamente le fue al cruce y lo asusto pasándole por al lado hacia el fondo, donde dio una vuelta olímpica tirando frascos de tinta y resmas de papeles impresos, empapándose de olor a tinta fresca, con el viejo resbalando atrás demacrado de odio, mientras los empleados indiferentes se reían sin perder la seriedad y agitaban los brazos desentendiéndose ante los gritos de su jefe que pedía que lo atrapen. 

 Salto a una silla caída usándola de trampolín y como un caballo paso limpiamente el mostrador sin perder nada, atravesó la puerta mientras el viejo levantaba el teléfono para hacer la denuncia y después organizar el caos, descargándose en sus obedientes y fieles empleados que sin embargo recibían los insultos sin dejar de disfrutar la situación, escondiendo las sonrisas contra las paredes:  las canas despeinadas y el doble par de lentes sin vidrios eran para sacarle una foto, pero seguía siendo su patrón.

  El gordito ya iba demasiado cargado, pero lentamente no dejaba de correr, sabía que era una presa, y que solo golpes y maltrato serian su bandera de llegada a la comisaria.  En la esquina al voleo, sin tiempo de desplegarse demasiado tomo un par de cañas mojarreras, tirando todas las demás al zafarlas del hilo sisal con que estaban aseguradas, no se veían rastros de sus perseguidores, lo que lo puso nervioso ya que no sabía de qué lado iban a aparecer. 

  Ya iba a tomar vuelo cuando vio el vestido que le había gustado a su mama, y ya que el ferretero se limitaba a juntar las cañas mirándolo tristemente, agarro un pedazo de baldosa floja y rompió la vidriera en un estallido sonoro que se convirtió en vía libre y desconcierto, tiró de la liviana tela de seda hasta zafarla del maniquí y nuevamente salió corriendo, juntando el resto de las cosas que había dejado por un segundo sobre un cantero.

  La gente se apretaba espantada contra las paredes, mirándolo, y tanta deferencia lo hizo sentir importante, pero no olvidó su instintivo plan y volvió a hacer volar las zapatillas, mientras el panchero, y un par de policías, aparecían caminando unos metros más atrás, cerrando el grupo venían el viejo, un par de curiosos y otros justicieros voluntarios que  apenas lo vieron reanudaron la persecución inútilmente, ya que tenían una cuadra entera de desventaja.

  Al ver el paredón que ocultaba la villa del resto de la ciudad, se sintió mejor, invencible, y le pareció hermoso esta vez volver al barrio, bajo el sol de las diez de la mañana, recordó por un instante los perros durmiendo bajo la helada mientras el sol salía…

  Antes de pasar por la entrada se aseguró de que lo estuvieran siguiendo, aminorando un poco el paso para darle una oportunidad a los pulmones devastados por el tabaco de sus perseguidores, y sin dudarlo paso de largo por las tres cuadras del asentamiento hasta la costa del arroyo, luego por la pasarela y se perdió en el retazo de selva que inexplicablemente resistía a quince cuadras del centro. 

  Más tranquilo se puso a pisotear las cañas hasta poder romperlas en varillas finas que fue atando en cruz hasta hacer el armazón, prolijamente. 

  Pego las cartulinas con plasticola, cuidando de que no fueran del mismo color, y equilibro los tiros, atando el resto del ovillo en la unión de los tres.  Rompió en tiras el roto vestido para hacer la cola, mientras se iba quedando sin fuerzas, como si la tarea cumplida lo mandara necesariamente a descansar, las nubes arriba le decían que todo era inútil, ya que no había viento, pero salió igual con el barrilete bajo el brazo hasta el ancho terraplén que separaba la villa de la fábrica de quien sabe que productos tóxicos, aunque conocía muy bien el olor y la muerte que derramaban al arroyo.

  Como si dios hubiera tirado una moneda,  al volver a dejar la cara al alcance del sol, empezó a soplar el viento, fuerte, alegre, completamente ideal.  

  Ni siquiera necesitaría ayuda, soltó el hermoso barrilete al viento y empezó a darle lana, la primera lagrima de felicidad salto de sus ojos enturbiando la visión de los patrulleros que subían por la calle principal de la villa, derecho a su casa, mientras de cada rancho salían a mirar el barrilete bandera, y salían niños aceleradamente, de a cuatro o cinco, corriendo con sus barriletes bajo el brazo hacia el terraplén, y se iban mirando, asintiendo, duros, acompañando al rebelde, que ahora había dejado de llorar y solo se concentraba en el pedazo de papel y seda que reinaba a contraluz con sus colores nunca vistos en el barrio.

  Alrededor, cien más lo acompañaron en un par de minutos.  Ninguno osó llegar más alto que él, como un ejército al mando de su general.  

  Abajo los policías recorrían rancho por rancho, pateando puertas sin ganas, apuntando a errar el tiro por las dudas, pidiendo permiso para tirar todo en su vil requisa, gente y más gente venía a ver el espectáculo, hasta que fueron subiendo al murallón guiados por el viejo, que señalo impúdicamente al niño, firme entre otros niños que tampoco soltaban la piola, retostados de sol y de frio, pero vencedores.

  El primer policía que llegó no pudo explicarse a si mismo por qué agarro el hilo que le ofrecía el gurí, sosteniendo el barrilete en el aire, mientras este se entregaba seguidamente a los demás que venían atrás, deseosos de reparar la burla, ya de entrada zamarreándolo de la ropa, a pesar de los testigos, de sus ocho años, y de lo insignificante de los robos en cadena que había cometido en su raid, solo denunciados por el viejo de la imprenta y la dueña de la tienda de modas. 

En el aire, el multicolor perdía su liderazgo, ya que todos los demás, subieron dejándolo abajo, como si no tuviera derecho a ser dueño del cielo.  

  Mientras, los vecinos acompañaban a los patrulleros hasta la puerta del barrio, desde la cual volvían tristemente, para masticar su resignación adentro de sus ranchos, hasta que alguien señalo al milico solitario y olvidado, que competía con los demás para no perder el primer lugar en el cielo.

  Lentamente fueron rodeándolo, algunos como estaban, otros luego de juntar algún palo, rama, fierro, piedra o lo que fuera necesario para expresarse.  

  Yo, que era el jefe de la villa y recién cumplía veinticinco años, agarre el piolín mirándolo a los ojos, y solo los dientes apretados en mi cara lo hicieron finalmente tomar conciencia, intentando tardíamente tomar su bastón cuando la primera piedra volaba hacia su cabeza, haciéndolo caer hacia atrás donde otro ya le manoteaba la pistola.

  Corrió por su vida mientras manos y manos intentaban atraparlo, haciendo jirones de su uniforme, y ensangrentado atravesó el terraplén entre la mirada sin expresión de los niños adultos, que veían la cacería sin sentir lastima, y los perseguidores que solo se detenían cuando lograban algún trofeo, hasta que lo vieron cruzar la pasarela hacia la selva, desnudo y tambaleante.

  Y ahí, por las dudas, hicieron una fogata y  montaron guardia, sabiendo que no podría avanzar hacia la fábrica en ese estado sin que los guardias le tiren, y menos pasar por el arroyo, que con solo una mojada podía convertir a una persona en una bola de llagas purulentas, granos, tos convulsa y fiebre.

   …Y así fué, nadie sabe que paso con el policía, dicen que al tiempo salió barbudo y vestido con hojas de palmera, flaco de comer huevos y pichones crudos, para ser el nuevo jefe de la villa.  Yo ya me había entregado sin embargo por su muerte, para salvar al resto, aunque no hubiera cuerpo que enterrar, y el maxi volvió como un héroe, para llevar a su familia a una casa nueva en otro barrio, donada por el gobierno de la ciudad que no sabía cómo tapar tanta publicidad negativa sobre semejante despropósito.

  Estuve incomunicado el primer año, y solo después pude salir al patio y ver el sol y los otros presos, cuando ya se había olvidado todo y nadie me conocía, aunque de alguna manera era sabido que estaba adentro por matar un policía, lo que me daba respeto absoluto, y fui dueño del pabellón sin mucho trabajo.

   Nunca abrí la boca, y solo años después me llego el resto de la historia, y el que me la conto murió ahí donde vos estas sentado.  Ahora decís que el asentamiento fue erradicado así que ya no tengo forma de saber de los que quedaron, cuando salga mañana.  

  Aunque hice buenos negocios acá adentro, mi idea es quedarme tranquilo y poner una panadería. 

_Que tengas suerte. Nunca cierres los dos ojos para dormir.  Otro día seguimos charlando, vos me llamas y te traigo el paquete, vos lo vendes y me das la plata, el veinticinco por ciento para vos, y además nadie te va a tocar.  Yo tenía una vida afuera, a veces me da miedo volver, no sé cómo será... cuidate campeón ¿Me entendés? No confíes en nadie.  Ahora dejame dormir, vos quedate despierto por las dudas… 

(Neneco, en el penal, a los treinta y ocho años, un día antes de recuperar la libertad)

Nota: todos los términos de la jerga carcelaria fueron traducidos para darle comprensión al relato. 

25 agosto

Tirados en el piso


 

 

 

Estábamos sentados en la escalera del banco, a veces alguno venia al cajero, sacaba plata y se iba, dudaban, antes de entrar, pero finalmente hacían la suya.  

  Ya habían venido a observarnos una pareja de policías (muy linda ella) a hablar con nosotros, pero al ver que solo estábamos tomando mate y bien tranquilos se decidieron a retirarse, tal vez desconcertados, sin pedirnos siquiera documentos.  

  Nosotros, que en la semana no tuvimos ni un franco, estábamos todos despatarrados, copiando las paredes y el piso de porcelanato con el cuerpo molido.

  No terminábamos de comentar la visita, y el Mati que saca todo el equipo y se pone a armar un porro al lado mío, cuando frena un patrullero.  

Silencioso.  

  Y se bajan cinco canas con las Itacas en la mano a cara de perro: "¡Arriba, arriba, que pasa, que pasa acá, contra la pared, vamos!" Y el boludo salta asustado y yo me corro tapando el material contra el vidrio, en un reflejo automático que fue advertido por el más fortachón de los cobanis.  “a ver que tenés ahí, levantate maquina”

  Perdido por perdido me corro y le digo “estamos tomando mate” y le muestro las flores y hierbas que ocultaba con el cuerpo ¡Si total estos no cazan una! A lo cual se dispone a revisarlas mientras se recostaba en la escopeta que apoyabacon la punta del caño contra el suelo.  

  Estábamos tan cansados que nadie más se paró, aunque eso no parecía ser un problema para los milicos… "Esto no sirve para nada" -decía, mirando las ramitas de ruda que me había regalado la vieja de enfrente para el primero de agosto, y las levantaba y las volvía a dejar en el piso, sin darle bola a la marihuana ni la menta y el burrito para el mate del Boli-. 

  Eeeehhh como que no, es para preparar la caña con ruda ¡Tres traguitos y no me resfrío en todo el año! Y para el mate que estábamos tomando, aparte,  ¡Es todo producción casera, orgánica, de primera calidad! -Lo corrijo, queriendo  hacerme el simpático-.  

  "Si, ya veo"  Y levanta un cogollo para olerlo, con lo que me arrepiento profundamente de mis palabras ¡A ver si se mandaban a mi casa! Pero también lo deja, haciéndole un guiño a otro milico, como si dijera “mirá los pibes” y los otros tres se cagan de risa….

_¡Ah sí! ¡Buena producción casera! ¿Y adonde esta la huerta?

   Y yo que empezaba a transpirar frio pensando en cómo iba a salir de esta cagada…

_Parece orégano ¿No, Mendoza?

Ahí yo dije... que mierda me importa nada, y me paré: "Es marihuana señor, trabajo doce horas corridas todos los días para vivir tranquilo sin que nadie me moleste cuando descanso” 

  Apenas me salían las palabras, sin mirarlo, temblando la garganta, solo tenía frente a mis ojos bajos la imagen del caño brillante contra el piso al lado de los borcegos viejos relustrados.


_Jajajajajajajajaja  ¡No te encrespés que nadie dijo chancho! ¿Y cómo se usa a ver? ¡Armá campeón! (ya no había forma de entender que estaba pasando) -y sin pensar más saco una hojilla y empiezo a enroscar, la rompo de los nervios y empiezo con otra, apenas picando las flores, más que un faso parecía una bolsa de gatos.  Finalmente se lo paso al milico, que no lo agarra:

_prendelo

_No, gracias

_Dale máquina, dale gas

_…

_¿Ah no? -preguntó el policía, desafiante- ¡Mendoza!

 _¡Si! ¡Señor!

_¡Prenda el porro que armo este muchacho!  Fúmeselo! …Y dígame si es bueno.

_A ver… a ver… ¡Upppaaa! ¡Que ricoo! (jajajajaja ellos se reían y nosotros ni ahí) ¡Que bueno, que bueno! ¿Y esto tenés en tu casa, no tenés semillas? ¡Yo también quiero plantar!

  El Cone me miraba fijo porque sabía que yo había traído unas semillas para él y me hacía "¡No! ¡No!" Con las bolitas de los ojos.

  Pero más jugados no podíamos estar ¡Y el milico que seguía fumando duro y parejo pero parecía que les pegaba a los otros por las carcajadas!

  Así que saque la bolsita y se la di sin pensar, y ahí tuve que explicarle como hacerlas germinar, el trasplante, el cuidado y el riego, la floración, el sexo de las plantas y todo lo demás ante la atenta mirada de los otros que secreteaban entre ellos y se reían disimuladamente.

_¿Me dejás uno para  después?

_¡Si,  llevate todo! Le digo

_No, no, un poquito nomas -y del bulto saca dos cogollos

_Pórtense bien: ¡Acá a dos cuadras tienen una plaza donde nadie les va a romper las bolas! (otra carcajada general)


  Y se suben al patrullero, pero se quedan ahí.  Nosotros, congelados.

  A los diez segundos abren las cuatro puertas a la vez amenazando a bajar, pero cierran y  se van cegándose de risa tocando sirena para saludar... ¿Que flasheros no? ¡A mi casi me salta el corazón por la boca! 

  El Conejo estaba por llorar…pobre pendejo

  No nos daba la lengua para comentar lo que nos había acabado de pasar, quedamos como atontados, y como no pasaban ya más chicas para mirar y piropear, arrancamos para el barrio a ver si podíamos dormir después de todo eso.  Pero no pude, espero que lo entienda y que estoy re cansado y que solo por eso llegue tarde a trabajar hoy…

_Bueno, anda con Pablito y pónganse a hacer hormigón que hoy empezamos con el contrapiso, y se quedan hasta que terminen… ¡Y si los llego a agarrar fumando los echo  a la mierda a los dos!

_¡Si señor! ¡Gracias! 

Y me fui a buscar las palas pensando en todo esto que había pasado…pero en todo el día no me pude borrar de la mente la sonrisa pícara del policía mientras miraba prender el porro a su compañero…

 ¡Que locura!

05 agosto

Viento y marea


 


 

 

En el diseño actual de "Vivo para que las fabricas no paren", todo lo que somos, vivimos, y consumimos, viene en un paquete, y ese paquete en una bolsa.

  En un día de viento intenso como hoy, todos esos paquetes y bolsas vuelan y recorren las calles y el barrio, como un ejército de fantasmas voraces, que muchas veces mueren pataleando enganchados a las ramas de los árboles, a los alambrados, a las cercas... O finalmente quietos en zanjas, arroyos y lagunas.  Cuando el viento sopla hacia el rio es lo mismo, pero para el otro lado, decorando la selva cada vez más pelada.

  ¡Y día a día veo crecer espacios donde padres y madres enseñan a sus hijos a descartar la mugre abajo de la gran alfombra naturaleza!

  Cuando este viento helado se canse un poco de soplar, volverá la Defensa Sur a erizarse de barriletes, y los niños jugaran entre la basura, indiferentes a la resaca de un sistema al que pertenecen solo nominalmente. 

  Mientras, queda una grosera nevada plástica, que será acosada por los elementos hasta volverse tierra, nuevamente pájaros, sombra, lombrices y peces, pasto y leña y caballos, sonrisas y barriletes otra vez...

En mi barrio, los barriletes son de todos los colores, porque se hacen de esas bolsas duras, como de juguetería, flecos y cola de nailon, y un ovillo de lana.... 

  Ninguno de estos niños siente lastima por los esclavos del capitalismo.  Recién salgo de casa y había dos armando un barrilete.  Entre ataques de risa, me contaron como se cayeron del puente negro, buscando cañas, y un bote que los rescato les decía "¡Pero son boludos!"  Porque el arroyo esta alto y el agua fría, y ellos todavía con las patas mojadas riéndose, armando un barrilete solo para desafiar al viento.



Felices e Incapaces

  Bueno...   Siempre es un problema conocer a gente importante.  Y es un problema porque la gente importante tiene problemas importantes... ...