24 noviembre

¿Puteríos?

 


 

 

  ¿Qué es lo que empuja al ser humano a la hipocresía?  

  ¿Cuál es la necesidad celular, física, de mentir, exagerar, atribuir? 

  Imposible responder sin meterse en un pantano filosófico, en absurdas teorías morales… además… ¿Qué es mentira o verdad? 

  Finalmente, todo pasa por ser un punto de vista, nada puede asegurarse o confirmarse con certeza, salvo que estamos vivos para experimentarlo. 

  Pero igualmente, si nos centramos solo en el círculo de las relaciones sociales, humanas, y sin dejar de ver que la única mentira realmente dañina es la que se hace a uno mismo 

  ¿Cómo es que se pone tanta energía en algo así? Cotidianamente, podemos ver, en los demás, ya que no en nosotros, como se fuerzan las relaciones sin causa ni beneficio, como nos detenemos (yo… y ellos, no vos jajaja) en presentaciones que preferiríamos obviar, en saludos y fórmulas de cortesía, en un interesarse por el buen o mal curso de los negocios y la vida ajena, en desplegar simpatía hasta el último segundo. 

  Basta con dar vuelta la cara para que la situación cambie, y la información recabada sea usada para destruir, la voz para censurar y blasfemar, la imaginación para inventar crímenes en aquellos en los que vemos un peligro por su sola forma de vida.  

  Pero eso no obsta que en otro encuentro volvamos a ser aún más solícitos, y así podríamos estar toda la vida salvo el caso que otras personas que se comportan tan hipócritamente como nosotros hagan un mal uso de la información que les brindamos para destruir a otra persona, volviéndola en contra nuestra a través de una indiscreta devolución. 

  ¡Y ahí seria cuando las relaciones se ponen tirantes!  Pero el ser humano es tan elástico que seguramente en vez de enojarse, increparnos, el o la perjudicada se arrime a nosotros con dulzura fría y maquiavélica, buscando el medio de hacernos daño… 

  Y es tal y tan absurdo el mundo de las palabras que así se definen muchas cosas, que a fuerza de ponerles tiempo y energía llegan a parecer importantes, aunque no sean más que una cascara vacía. 

   Pero entonces la vida se desgasta, y hasta el éxito llega a tener un sabor amargo de recelo, de paranoia, de inevitable fugacidad. 

  En la cima de esa pirámide de redondeadas piedras, sabemos que solo basta un resbalón, que hemos usado a nuestros semejantes como viles y descartables medios para llegar a nuestras efímeras metas.  

  Aun en el caso de que nunca se den cuenta, nos aterra la soledad de no poder efectuar una confesión que realmente nos redima, y solo podemos seguir atando los hilos, asegurando un poder apócrifo basado en imágenes distorsionadas de los demás y de nosotros mismos.  

  ¿Es que tanto nos empuja a eso la sociedad del confort, el consumo, los mandatos ineludibles del sistema capitalista o cualquier otro?  

  Nuevamente, no lo sé, tal vez no, tal vez solo el sistema judicial que pena con la supresión de la libertad a la coerción física contra nuestros semejantes, lleva a tanta gente a comportarse de esa manera, así como la ignorancia de las formas y etiquetas, la falta de paciencia o la fobia llevan a otras tantas a comportarse de la manera contraria. 

  O tal vez, solo sea la necesidad, en un mundo reducido, lo que nos hace adaptarnos al disimulo para lograr nuestros más básicos fines.  

  Luego se hace costumbre y tradición pero ya no importa, porque no vamos a juzgarnos a nosotros mismos, solo a los demás, y ahí radica el anzuelo de la maledicencia, en la impunidad, en la falta de una contraparte simultanea que nos haga de freno y contrapeso.  

  Tal vez solo nos mueva la envidia, la percepción de las acciones ajenas como las que quisiéramos realizar, el otro como lo que no podemos ser… en realidad, esto tampoco vale porque un ser humano no tiene límites más allá de sus miedos, así que bien pudiera lograr cualquier cosa concebible, igual o mejor que cualquier otro.  

  Entonces, ¿Será por energía? 

  ¿Será que a una cascara vacía de persona ya le resulta combustible hasta la energía oscura de consumir a los demás, de manipularlos? 

  Es necesario esquivar estas necesidades, y ponernos objetivos, parámetros y límites claros para relacionarnos con el mundo de las personas, o correr el riesgo de terminar adictos a esas venas ajenas como vampiros modernos, de terminar corriendo de un lado a otro rompiendo por aquí, robando por allá, sin llegar nunca a un modelo sustentable de nosotros mismos, frágiles como ventanas de papel, livianos como una hoja en la tormenta.

  A pesar de las apariencias… un ser humano se nutre de mucho más que de autoaprobación, así que si observamos bien, se notan hasta en la forma de caminar los síntomas y las secuelas de la oscuridad, de la falta de objetivos sanos que apunten a un crecimiento desde adentro… 

  ¡Pero bueno, hay que convivir, voy a arrimarme a esta rondita a ver de quien están hablando ahora!

Acostado

 

 

 

  Dando vueltas por la casa, iba de los yuyos altos de atrás al pantano de adelante, miraba las maderas podridas de los palos que sostenían la cumbrera, los agujeros de las chapas, los colgantes papeles de negro Ruberoid cubriendo a medias las paredes.  

  El pasto y los escombros delatando un intento fallido de iniciar un contrapiso.  Las botellas rotas, la ropa podrida, los restos de cables, todo parecía tan extravagante, tan coherente a la vez, que no atinaba a cambiar nada.  

  ¿Para poner qué cosa en su lugar, iba a sacar esa botella con el pico roto, que alguna vez había estado llena?

 Que recordaba una larga noche mirando hamacarse al sauce sobre el cielo estrellado, buscando palabras para marcar al silencio, recolectando monedas hasta que la botella finalmente quedo inútil sobre la mesa y alguien la tiro de un manotazo, para apagar su reclamo, y ahí fue que la última silla sana se rompió pedazo a pedazo, metro a metro sobre el tipo que gateaba desesperado hacia la puerta pidiendo un gesto del público que aprobaba todo silenciosamente, sin dejar de seguir la escena como en un teatro móvil.  

  Pero la botella no había sido devuelta y ahora debía el envase en el quiosco.  La llovizna que no paraba hace tres días volvía la vida como un charco, pegajosa e incómoda, el día entero era una contrariedad que había que esquivar de un salto, tirado en la cama.  

  La mano cerrada sobre el vidrio, la radio relatando interferencias, el grito de los niños en eterna rebeldía hacia el encierro: ruidos ajenos a una mente en blanco, a un cuerpo sin iniciativas, derrotado y laxo, derritiéndose sobre su misma perezosa sangre anestesiada por la mezcla farmacológica más barata posible.

   Agarró el revólver, un 22 corto de colección, con las cachas de marfil, casi de museo, se lo había dado un cliente, en la temporada en que todavía podía coordinar su cabeza con un negocio y hacerlo durar un par de días.  

   Después solo vino la decadencia, las noches infinitas donde reinaba sobre una manada de oportunistas que caían directamente a tomar y revolver las tripas de tantos puteríos, esperando una oportunidad para llevarse algo.  

  Los recordaba a algunos, escurriéndose cuando se acababa la pala, saliendo a buscar un vino fiado sin volver, como ratas, como perros cimarrones, después de roer el hueso hasta el final seguían su camino sin mirar atrás. 

  Por suerte había quedado la cama, donde ahora se podía recostar apuntando al hueco de la puerta, por si entraba alguien, a la ventana, al clavo que seguía sosteniendo un almanaque viejo del 2001 con su paisaje de cabaña frente al lago.

  Pero no podía tirar, no tenía balas, no muchas, tenía que visitar al Pelado y encargarle una caja directamente, pero para eso necesitaba plata, y para eso tenía que hacer rendir el fierro, y para eso tenía que estar un poco más sólido, o el pequeño 22 solo causaría risa… salvo que vaya a trabajar al centro, y asaltara a un par de chetos. 

  ¿Pero cómo volver?  ¡¡ ¿Cómo llegar?!!

Hacer una buena moto, y después un par de carteras al vuelo, y transar todo rápido en la fábrica, donde debía cuarenta pe.  

  Respiró trabajosamente, despreciado por la realidad que se imponía desde su propio cuerpo derrotado.  En el estado en que estaba no podría cruzar ni siquiera un bebe policía sin que diera el aviso.

  Todo eran preguntas que no podía responder en ese sopor, en esa nube de desinterés por la vida misma en que se había convertido su cerebro, solo adiestrado para rastrear una botella y un paquete de cigarrillos. 

  Pensó en empeñar el arma: no necesitaba mucho, dos cervezas y dos paquetes de cigarros… ¿y después qué? Seguir bajando hacia la desesperación total, hasta terminar pidiendo casa por casa una moneda para sujetar el cuerpo de la abstinencia de alcohol barato. 

  Un esfuerzo más, un pensamiento más y ya podría levantarse de la cama, se concentró en sus músculos transpirados y sucios, internamente sucios, despreciados por inútiles… solo pudo sentir dolor, en esas piernas flacas, consumidas ¿Pesaría ya cuarenta quilos? 

   O los huesos que daban soporte a su piel gastada se habrían vuelto de plomo endurecido, como le parecían ahora, que se trataba de moverlos, de presentar batalla a este increíble cansancio.  

  Lagrimeó sin ganas hasta que se terminó riendo del dolor, del estado lastimoso de marioneta rota en que se encontraba, y apunto a la puerta, al primero que entrara le iba a volar la peluca.

  Como a pedir de boca, una cabeza se asomó, una mueca doblada en sonrisa que entraba agachada por entre los restos sucios de la cortina, tac, tac, tac, tac… no alcanzaba a comprender si era su corazón amplificado o el percutor golpeando en seco sobre las pequeñas cámaras vacías de balas. 

  Que hacee pistolero!  Comé algo, son las cuatro y media

  Ah ni idea, no puedo ni levantarme, estoy mal ¿Quién me saco las balas?

  ¿Ayer no te acordás?...

  ¿Ayer? 

  Sus recuerdos se rebelaban, estaba seguro de que eso había pasado hace muchos años, en algún tiempo malo, peor que este, cuando indiferentes, le quitaron las balas antes de que se mande una cagada, durmiendo con el fierro en la cintura todo el día.  

  En realidad tenían miedo que se mate, y esa certeza le producía más impotencia, porque también había pensado en esa posibilidad, se sentó en dos tiempos, consciente de que solo producía lastima, y empezó a hundir la cuchara en el pequeño balde de plástico, levantando los gruesos fideos del guiso, haciéndolos pasar por su garganta dolorosamente, lo intento un par de veces más, y dijo:

  No tengo hambre, después lo agarro ¿No tenés un cigarrillo?

  La mano se tendió con el paquete y el fuego, saco dos y prendió uno, el tabaco puso en marcha algún engranaje oculto de su cuerpo, empezaba a sentirse mejor.  

  Sin intentar recordar que día era, lo que no importaba para nada, se puso a pensar en la inminente noche… con dos movidas mas ya se sentó en el borde de la cama.  

  Los pies sucios y blancos a la vez de tanto esquivar el sol, demostraban su distancia del resto del cuerpo con sus largas uñas, que miro divertido mientras con la del pulgar derecho hacia un agujerito en el suelo, como si fuera un opi para jugar a las bolitas.

  Miro el caño perfectamente alineado contra el hilo de luz que se colaba por el techo, y pregunto, como una afirmación ¿Vos decís que salen dos de cincuenta por este?

  El otro se encogió de hombros divertido por las pretensiones desesperadas del ser humano con aspecto de cadáver que lo miraba inquisitivamente.

No sé, dijo con seguridad, dos de treinta puede ser.  Más no.

Bueno llevalo, despertame cuando vuelvas.  

  Y trabajosamente se acostó de nuevo en el colchón desvencijado.

  Como si el negocio le diera tranquilidad a su mente, por fin le empezó a dar un poco de sueño, y apago la colilla que ya quemaba el filtro.

   Puso cuidadosamente a salvo el cigarrillo restante para cuando se despertara, mientras la cuchara se hundía indiferente en el caldo espeso y grasoso que se enfriaba lentamente. 

  Se durmió con una sonrisa, escuchando el ruido de la moto que arrancaba.  

 Afuera, los niños, jugaban al sol a los gritos. 



15 noviembre

Todo por nada

 

 

 Si andan paseando y van al puerto de Concordia, y bajan hacia la explanada, metiéndose a la izquierda por el nivel de abajo, llegan a la punta que mira la boca del arroyo Manzores, donde unas escaleras que se hunden en el agua, sirven, estando a nivel el rio, para embarcar en las lanchas que lo cruzan hacia Uruguay.  

  Paralelo a este frente, aún más abajo, corre un largo y antiguo cable de acero trenzado oculto por las aguas, tal vez un rezago de épocas antiguas, cuando el arroyo Manzores era transparente de vertientes y la tarde concordiense se miraba pasar tostándose sobre un pontón atado al puerto.  

  ¿De ahí el cable?  Grueso como el brazo de un niño, se balancea a veces como un cementerio volador, donde se han cortado infinidad de líneas.  Sus anzuelos y plomadas cuelgan al sol cuando el nivel de las aguas deja todo al descubierto, tal vez una vez al año, en una bajante excepcional.

  Si alguien puede robar, sin más trámites, o conseguir unas brazadas de este cable o alguno similar para atar mi corazón como un matambre y asegurarlo a mi pecho, tal vez sería la única manera de evitar que vuele y se pierda por los aires. 

  No me arrepiento de haberlo criado así, pero él es egoísta, audaz, sin escrúpulos, y no escucha más que su propia voz, y yo lo dejo feliz arrastrar mi vida por el abismo del vacío que rodea estos planetas azules...donde solo queda luz.  

  Tensa mi conciencia como un arco, toma mi vida y la lanza como una flecha.  Igualmente, nunca me llevó por un camino errado, solo perdí por no escucharlo, alguna vez, aunque por estos tiempos quisiera seguir experimentando esto de la civilización.

 

Pero mi corazón es como el de esos gurisitos de la calle, simple y salvaje, no necesita invitación para querer, no necesita que lo llamen para recorrer el mundo, ni avisa antes de llegar. 

  Y como una planta en el desierto, crece con la sola intención de regarlo, aunque las jarras se partan en el camino...  

  Entonces se pega a una forma de sentir, que es una forma de vivir la vida, a una forma de ver que es una forma de dar y tomar, sin guardar demasiado para mañana… 

  Y recostado en un sentimiento vital se transforma en camino antes que edificio, en paisaje antes que camino, en viento antes que paisaje, en faisán antes que viento, y en fénix antes que terminar desplumado en el plato de algún idiota, soberbio y cómodo, malacostumbrado a tirar la comida para que cien pasen hambre…

  Por eso, entre otras cosas puedo aclararles que no deje las drogas porque me lo exigiera la sociedad hipócrita, las leyes, los sistemas judiciales o de seguridad, la familia, ni por los consejos de mi abuelo...

  Además de cuidar mi única posesión real en esta tierra, que es mi cuerpo, y dentro de él mi despótica mente, abandoné todos los tóxicos porque no me aportan nada... 

  Desde el primer segundo que abro los ojos ya estoy completamente acelerado, alterado, sumamente indiferente a la absurda realidad y su presión sobre los planes más hermosamente fantasiosos que inmediatamente me dedico a pergeñar y poner en marcha.  

  Y así arranco el día con una ceguera tal que me olvido de mirarme al espejo para afeitarme y peinarme, me visto con lo primero que encuentro arriba de los estantes, se me gasta la hora de comer, bañarme y dormir, caminando por las calles reclutando o poniéndome al servicio de marginales, alucinadas, huérfanos voladores, utópicos delirantes, artistas, locos y criminales.  

  O en el mejor de los casos hipnotizado por una pantalla que no me dice nada, tratando de poner en juego fuerzas que no controlo, energías que no me pertenecen, amor que no devuelvo, tiempo que no existe, territorios que serán abandonados, sangre sudor y lágrimas ajenas... Cada día intento convertir un grano de arena en un planeta, un terrón de tierra en una nave que atraviese las galaxias y el tiempo.

  Entonces castigo mi cuerpo entregándolo a una exigencia sin contraprestación, acelero mi corazón y lo saco de compas, me vuelvo de a ratos un poco hiperactivo o apático, bipolar, paranoico, esquizofrénico, o soy inundado por lagunas mentales de memoria atención y pensamiento... 

  Olvido trabajar y mis responsabilidades sociales, y lo peor es que no solo estoy convencido de que puedo controlarlo y volver a la normalidad cuando quiera, sino que cada día me gusta más...

  Pero ahora mismo, necesito un plan irrealizable, un sueño imposible para ponerme a correr antes de suicidarme moralmente que ya me están agarrando ganas de comprarme una camisa, un acondicionador de aire, o algo peor...

  ¡Bueno! ¡¡Ahora me voy, alguien me llama, justo a tiempo!!  Olvide su nombre pero reconozco su cara: tiene la sonrisa diabólica del vendedor de fantasías... Cada vez puedo estar menos tiempo sin mi dosis...

  Mañana mismo, vuelvo sin falta a la normalidad, lo prometo.



Frases bonitas (hoy compre acciones de Greenpeace)

  


 

¡Salvar el mundo, que hermosa promesa! Salvar la humanidad, la civilización, el ser, hombre o mujer, salvar el individuo de su desconexión con el universo, de su ignorancia de las verdades ancestrales y eternas.  

  Salvar al ciudadano de su indefensión, de su eterno despojo en aras de una sociedad mejor, salvarlo de su propia libertad que no le será dada, nunca.

 No.  No dejan de darme risa los cantos de los inmortales, que apuntan a lo más alto antes de caer en el sillón a ver una película de acción, que miente, escena tras escena, hechos históricos destinados al fin contrario al que lo han reducido las propagandas.  

  Próceres desconocidos inmortalizados en bronce adulterado por las necesidades presupuestarias, no pensaban en vida más que en el día a día. Hubieran depuesto las armas en masa de saber adónde llevarían sus epopeyas.

  Lacayos del sistema quejándose amargamente de lo costoso que les resulta asumir el precio de sus insignificantes privilegios.  Gente durmiéndose en colectivos y trenes, apostando a mantener un día más una máquina que los devora, con la sola condición que no sea hoy, que no sea completamente, que no duela cuando llegue.

  Noticias falsas a toda hora, rumores increíbles repetidos como certezas, verdades incontrastables ignoradas por inconvenientes.  Y todo sostenido con más convicción por la necesidad infantil de seguir el juego antes que por las caras plastificadas en sonrisas de los mentirosos profesionales que esperan su turno para hincar los dientes en los bienes sociales. 


 Cuando el hielo se derrite, cuando hasta las piedras se derriten, como siempre paso, algunos recatados, bien peinados (nada de puntas florecidas en ese pelo que puedan arruinar la foto) negocian los términos de su rendición mediática ante algún imperio, para reavivar sus arcas cada vez más esquilmadas por los excesos y el lujo. 

   Y la carencia de interés creciente en esas caras de pingüinos mágicamente fotogénicos, de pandas desesperados, de ballenas lagrimeantes, se compensa con las regalías compartidas con empresas petroleras, que engrosan sus cuentas en los mismos bancos multinacionales que sirven a los ecologistas globalizados, mundializados, ficticios, aberrantes patrones de la indiferencia hacia el despojo permanente de la conciencia individual. 

 Pero es más cómodo, supongo desligarse de responsabilidades, y tener en la pared el poster de un héroe estupidizante ahora que se cayeron los ídolos rebeldes del rock.

 ¿Pero adónde van todos esos millones, en que risco se posan las gaviotas  salvadas del derrame petrolero? 

  Nadie lo sabe, solo se puede confiar en la publicidad, y disfrutar de su hermosa sensación de redención, al salir del banco, orgullosos de apoyar una buena causa, con el ticket reluciente que enmarcaremos por la mañana para poner arriba del escritorio, mientras ya a media tarde tiramos los paquetes por la mitad en el pasto cortado del parque “para que no se queden sin trabajo los barrenderos”

  Y así divagamos de una mentira flagrante a la otra, televisión, diarios, radios y revistas nos mantienen en la ilusión de que nos enteramos de algo, manipulando nuestro hastío por la falta de cambios, nuestra cansada ambición de llegar un poco más alto, cuando cada escalón nos terminó aburriendo, cuando el cielo se aleja siempre más rápido que nuestro esfuerzo y nuestra hipotecada salud.  

  Y ahora solo nos falta contemporizar, hacer estimaciones sobre la marcha de los negocios mundiales como si estuviéramos hablando del partido de futbol del domingo, apostar por vencidos o vencedores con la misma indiferencia que nos da el dolor o la felicidad ajena. 

  En fin, lo importante es estar vivo, a cualquier costo, no sentirse vivo, que ya es otra cosa: incomerciable, difícil de ostentar, imposible de depositar en cuentas que crezcan al ritmo del interés compuesto.  

  Pero podemos comprar televisión, y regocijarnos con la vida de los héroes fabricados que nos dicen que sentirse vivo es luchar sin despeinarse por causas que abarquen la humanidad entera, en una escena dantesca marca Hollywood que nos prepara para ignorar completamente nuestro entorno, para liberar la zona correspondiente a nuestra responsabilidad en favor de catástrofes que se siembran en nuestro patio para que enterremos sus semillas negras con nuestros propios pies indiferentes…


  ¿Y qué?  Si todo lo que nos tocó ya venía de algún lado, algún desconocido nos lo puso en marcha en nuestro tiempo solo para darnos la coartada perfecta para someternos a nuestra propia desilusión inoperante, a la ambición intransigente con sus consecuencias, pues si pagamos el costo de la codicia ajena de pasados desconocidos, es justo que los desconocidos futuros paguen el precio de la nuestra. 

   Y compramos, compramos sin darnos lugar a escuchar a la célula rebelde del cerebro que nos dice que la vida es hoy, el costo es hoy, que ellos somos nosotros, que el mundo es lo que nos rodea, que la humanidad es nuestra capacidad de relacionarnos coherentemente, o terminar matándonos como animales o salvándonos como mascotas.

  Pero hoy, vos y yo decidimos. 

  Y nadie nos obliga, aunque nos forcemos a pensar lo contrario.  

  En un sentido o en otro, solo quedan elecciones y todas son posibles.

  De todas, somos responsables, ante todos, para siempre.

  Y si suena demasiado pesado de llevar debe ser porque estamos tomando las decisiones equivocadas.

   ¿Hoy también?

 

Felices e Incapaces

  Bueno...   Siempre es un problema conocer a gente importante.  Y es un problema porque la gente importante tiene problemas importantes... ...