Si agarramos a alguien con muchísima plata y le preguntamos si ya tiene suficiente, seguramente nos diría que no...
Pero si agarramos a un millonario, y le preguntamos si ya tiene suficiente dinero? Con seguridad, nos diría que no.
Entonces agarramos al tipo mas rico del mundo, a ese que se divierte, disfruta, observando los multimillonarios tropiezos de Elon Musk, y le preguntamos si con eso le alcanza, que nos diría? Con seguridad: que aun no tiene suficiente.
Lo mismo pasa con nuestro cuerpo y la mirada ajena, no importa lo que hagamos para perseguir los parámetros estéticos actuales, los ideales de belleza. Nunca llegaremos, nunca será suficiente. Si nos enfocamos en agradar a los demás, solo viviremos la tragedia cotidiana de no agradarnos a nosotros mismos, de no ser suficientes, de no llegar nunca al ultimo puerto, por mas que rememos y rememos.
Además, toda exigencia estética se inserta en un entramado de exigencias de todo tipo, que por naturaleza son sobreabundantes, contradictorias, contraproducentes. Porque el mercado nos exige que comamos comida chatarra, y alimentos orgánicos certificados de granjas de animales felices. El mercado nos vende alcohol y tabaco, drogas de todo tipo, y medicamentos químicos para rehabilitarnos de ese desfasaje. El mercado nos dice que nos peguemos veinte horas al día a una pantalla de teléfono o a la televisión, y que vayamos al gimnasio o que hagamos deportes de alto rendimiento que no soportamos.
Nuestro cuerpo, en el sistema actual, es un coto de caza, una zona de guerra, un territorio de descarte o conquista, una bandera de propaganda para vender lo que sea, un depósito de productos químicos o un basurero, una herramienta ajena para que los malvados y los imperios, luchen entre sí por su inalcanzable supremacía.
Pero nuestro cuerpo no es nada de eso, y también es mucho mas que eso, y, en definitiva, antes que nada es nuestro. Nuestro!!. Nadie puede arrogarse la responsabilidad de cuidarlo o moldearlo por nosotros, y no deberíamos permitirlo. Nuestro cuerpo es cómo una máquina, pero no es una máquina, es mucho mas que una máquina, mucho mas complejo y perfecto, mucho mas sustentable y de mejor mantenimiento.
Los miles de sistemas que se entrecruzan bajo nuestra piel, posibilitan una gama tan amplia de movimientos y tareas, una resistencia tan inquebrantable, un consumo tan bajo de combustible que para reemplazar un ser humano hacen falta toneladas de acero y petróleo, cientos de ingenieros y diseñadores, miles de horas de pruebas para reproducir nuestro mas pequeño gesto, nuestra mas rutinaria y pequeña posibilidad.
Claro, cuando algo se rompe, no tenemos repuesto.
Entonces? No hay que dejarse atrapar por las redes de la comercialización total de nuestro tiempo y nuestros deseos, que terminan en un consumo indiscriminado que nos intoxica y nos desbalancea. Antes que nada, como personas merecemos nuestro propio respeto, y eso debemos darle a nuestro único vehículo sobre esta tierra: cuidado, respeto, mantenimiento, nutrición, optimización.
Amor.
Nuestro cuerpo no es un lugar que tengamos que adaptar a las aleatorias y cambiantes evaluaciones ajenas, es un lugar que deberíamos considerar sagrado, porque es todo lo que tenemos, todo lo que somos, y nuestro único testigo de cada acontecimiento, emoción y logro personal humano. En nuestro cuerpo está la memoria de todo lo vivido, y es por eso que debe considerarse un templo.
No un templo moderno, lleno de adornos, imágenes y accesorios, de reglas, jerarquías y prohibiciones, sino un antiguo templo como fue en el principio, una humilde cueva donde buscar olvidadas pero intimas respuestas. Donde el silencio nos permite reencontrarnos con nosotros mismos, realizarnos a través de la certeza de nuestros deseos mas profundos, vivir y expresar la felicidad de ser, y de ser capaces, con él, de afrontar el mundo.
Nuestro cuerpo nos da las posibilidades humanas de sentir placer, sin extravagantes vestidos, vehículos, exóticos destinos... ya tenemos todo lo que nos hace falta, con solo nacer. Pero nos han engañado con la ropa, que de su función utilitaria, paso a ser una necesidad que nos esclaviza, para poder diferenciarnos en algo en que no tenemos diferencias, para poder alquilarnos y vendernos a nosotros mismos, para poder demostrar que estamos a la altura de nuestras circunstancias.
Pero si cayéramos a este planeta, como un extraterrestre -o a otro planeta- lo único que tendríamos de valioso, seria nuestro cuerpo desnudo, nuestros funcionales y magníficamente fuertes y articulados brazos y piernas, nuestra cabeza oscilante desde la cual enfocamos los sentidos que nos permiten asumir la convivencia o el peligro, la búsqueda de alimento y refugio.
Claro que, a los que dilapidan su vida corriendo detrás de accesorios, todo esto les parece exagerado. Es natural: a los que duermen les molesta todo. Pero nuestra única posibilidad es despertar y empezar a privilegiarnos, a cuidarnos, a desintoxicarnos de este esquema de consumo desenfrenado, para poder ser dueños nuevamente de nuestro destino y nuestros sentimientos, de nuestro tiempo y de nuestras emociones.
Es completamente urgente que volvamos a reconocernos en nuestra infinita y compleja simplicidad, para volver al ejercicio de nuestro placer y disfrute cotidiano, gratuito, simple, antes que empecemos a ser esclavos de las dolencias modernas y sus patéticos remedios.
Bellísimo...
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