Sea lo que sea me despierto y me sumerjo en las redes sociales, prendo la computadora, o el teléfono, o la radio, quiero saber, antes que nada, la dirección, la intensidad de los vientos que recorren el mundo.
Soy un producto, diseñado para mantener la industria en funcionamiento. Los engranajes de la economía y el poder son tan parte de mi como mi nombre o la sangre que cada día enveneno.
Inserto datos en el fichero que Google lleva de mi: sentimientos, reacciones, preferencias, dinámicas laborales y productivas, bagaje cultural, economía, prejuicios, etcétera, etcétera, etcétera.
Dado el esquema de autogeneración de información, en paquetes adaptados a cada circunstancia especifica, recibo a cambio lo que el sistema me da, lo que considera necesario y pertinente dejar a mi acceso, para poder seguir siendo y haciendo lo usual, lo que hago cada día, lo que se puede prevenir, prever, presentar como deseable y necesario hasta que parezca mi propia idea, mi propio pensamiento, mi necesidad vital como persona.
Hago zapping entre L-Gante y Maradona, Pandora Papers, Cocaína, Afganistán, Dólar, y pienso, analizo la información porque soy inteligente y tomo mis propias decisiones, planifico, pretendo merecer mis sueños, apunto, a la satisfacción.
Pero antes de mover un dedo el complejo cruce de datos que -dado el inmenso, volumen, ya empezó a ser manejado por Inteligencia Artificial, sin intervención humana- el sistema recolecta y pone cada ingrediente en mi plato en la medida justa.
Vemos y sabemos lo que conviene para ser instrumentos, herramientas ejecutoras de las dinámicas comerciales que justifican la organización humana y la delegación del poder.
Si por un segundo dejamos de recibir "información" -o sea, instrucciones detalladas sobre como, cuanto, cuando, por qué, para qué, quien, con quienes, hacia donde etc...- es porque hemos perdido capacidad de consumo y ya no somos un segmento tan interesante del mercado, nos hemos desactualizado y pretendemos vivir de recuerdos, de tradiciones, de anticuadas maneras de ser que no generan nada nuevo.
Entonces... un escalofrío recorre nuestro cuerpo, y corremos a absorber las últimas novedades antes de ser desactivados, descartados, y perder el ultimo reducto de poder de decisión propia que nos queda, el de decidir de que manera preferimos ser esclavos.
¿Qué creerán las futuras generaciones, de la realidad, moldeadas desde antes de aprender a caminar por una pantalla?
¿En que creemos nosotros, hoy, adoctrinados sin descanso como simpatizantes o combatientes de una competencia ficticia que oculta la total hegemonía económica y cultural que arrasa hasta los últimos rincones del planeta?
Todo lo que pensamos es falso.
Todo lo que pensamos y opinamos, lo que creemos y sentimos es una foránea elaboración cuidadosamente detallada a través de un cotidiano e interminable formateo de nuestra percepción y nuestra conciencia.
Parece tétrico pero eso no va a cambiar, porque antes que nada nos enseñaron a despreciar nuestra propia aprehensión del mundo, porque es mas cómodo: ante la multiplicidad de la información, ante la mescolanza entre publicidad y noticias falsas, ante la ambición acicateada desde todos lados y los remedios psicológicos, mecánicos o químicos que usamos para mitigar nuestra consecuente desilusión, ya ni siquiera confiamos en nosotros mismos.
Y que nos queda? Opinar sobre lo opinable y dejar ser, dejar pasar, ya que nuestro poder no alcanza mas que para eso, y por eso nos sentimos tan felices tomando partido por los unos o los otros, y cambiando luego de bando (es nuestro beneficio, nuestra prerrogativa como inertes amebas del destino) ya que pase lo que pase, lo único importante es aferrarnos a nuestro pequeño margen de maniobra llamado vida humana.
Y desde esa tabla flotando en el mar, creemos para creer que algo tiene sentido, como si la guerra fuera la guerra y como si cada problema humano fuera un problema al que alguien le busca la solución, y no un diseño entramado y complejo mediante el cual se promedia o se hace tabla rasa de la humanidad, lo que toque, como en una jarra de cerveza se barre la espuma por una cuestión de presentación y calculada estética.
Y así, transcurrimos cada día, con cada vez menos preguntas y ningún cuestionamiento, técnicamente vivos, automáticamente útiles, y listos para linchar a cualquiera que piense distinto, o que piense igual, ya nos da lo mismo: lo importante es subsistir.
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