Vivimos en un mundo, en un entramado social material antes que espiritual, y por lo tanto, nuestro énfasis esta colocado en las posesiones, en los logros muebles o inmuebles, en la cantidad que ganamos por mes o en la cantidad de personas que ponemos bajo mando. Adquirimos para mostrar, para sembrar un mojón, un hito en la escala social que nos permita relacionarnos con gente ascendente como nosotros.
Acumulamos como norma, como autodefensa frente al horizonte borroso del futuro, y sin embargo nunca nos conforma, nunca nos alcanza para decir basta. Queremos mas y mejor, queremos diferenciarnos, queremos...hacer valer nuestra sensación de ser un poquito menos esclavos que el de al lado.
Y después de cientos de años de revolución industrial, tecnológica, financiera, pareciera que nuestra zona de confort pasa por el dinero o los objetos, porque tener nos hace sentir mejores, tal vez mas libres... pero no. La comodidad sin precedentes que nos rodea, la facilidad con que podemos acceder a las necesidades básicas de la vida, nos ha aletargado de tal manera que tememos el displacer, la incomodidad mínima y tenue de lo no-instantáneo, de lo no automático y algoritmizado a medida de nuestra adiestrada expectativa.
Tememos. Hoy en día, tememos primero y después elegimos a que, y claro, hay infinitas opciones apenas encendemos cualquier tipo de pantalla o ingresamos a una red social. el enemigo parece estar en todas partes y acechar infinito desde adentro de nosotros mismos...cambia, se multiplica y muta, y se adhiere a el reverso de nuestros sueños como una lapa.
Al parecer, en un universo capitalista, ningún objeto es en realidad trascendente, ya que todo es adquirible, negociable, intercambiable, mejorable, y mucho menos las personas, que podemos elegir de una estantería donde son fabricadas mediocremente en serie. No pasa por ahí nuestra zona de confort.
Pero lo que si tememos es el inagotable desfasaje de pensar por nosotros mismos, ser coherentes con nuestros actos y nuestras acciones, analizar nuestros intereses y tomar decisiones. Tememos, ser, tememos la responsabilidad de elaborarnos como seres humanos. Y para conjugar eso, recolectamos todo tipo de teorías y opiniones ajenas sobre nuestra vida, nos adaptamos a mandatos y afiches, estereotipos y modas, formatos y propagandas...
Así, podemos discurrir con suavidad, siempre delegando la responsabilidad total sobre nuestra vida, nuestros actos y nuestras decisiones, a un conglomerado de personas y medios, de influencias y determinismos que nos permitan transitar el desarrollo personal sin movernos del medio del camino, lejos de cornisas y rincones solitarios y oscuros, de riesgos y contradicciones(propias), de emociones inmedicables.
Lo que amamos hoy en día, mas que nada, son los hilos de marioneta que definen nuestro andar, porque enmascaran nuestro temor a ser, a existir como individuos, lo que significa un terreno lleno de incertidumbres y responsabilidades, metas incumplidas y procesos indefinidos, eternos. Amamos, o mas bien, nos aferramos al miedo que nos permite delegar cada acción y pensamiento, cada dirección tomada en el tablero de nuestra vida.
Y así, mas que entregarnos, nos aferramos a lo prestablecido, a lo rutinario y tóxico, a lo determinado por otro u otros, pero que tenga el valor agregado de la infalibilidad (o por lo menos, de la falibilidad ajena), coleccionamos enciclopedias y guías para ser, para seguir vivos, y eso es lo que logramos: permanecer, casi muertos de tan inertes, de tan reactivos y dóciles a la química social y su maraña de expectativas ajenas e instrucciones interminables.
Pero esa es la idea! Porque una muerte lenta puede ser adornada de mil maneras distintas, superficiales y despreocupadas. Pero entonces no hay porque temer a la libertad, ni a convertirse en un individuo, ni mucho menos explorarnos a nosotros mismos. Preferimos movernos en un tablero de blancos y negros, donde todo sea igual a nosotros y nosotros iguales al resto. Aunque eso no signifique igualdad.
Nuestra zona de confort es el habernos convertido en seres humanos-maquinas, en hamburguesas parlantes, en obsoletas marionetas que podrían ser barridas de un plumazo y sin embargo ser felices. Sonreímos despiertos y dormidos por la alegría de no tener que decidir ya nada, de no ser dueños de ningún resorte o factor que defina nuestra vida, predeterminados por opiniones y visiones ajenas, diseñados a medida por la necesidad social. Y ese es el mundo que permitimos construir.
Nuestra Zona de Confort es la sumisión, la esclavitud total.