17 agosto

Más de lo mismo


 


 

 

Cuando me caigo de la cama 

  …Y así empecé el día, tomando mate, y llegue después a la orilla del rio, y baje hasta donde los pescadores recién volvían de revisar los espineles, y compre unos pescaditos a precio de costo para regalar mientras aprendía de grampines y anzuelos, del bichero que no aparece, del tipo que le comió un dedo un dorado, del trasmallo camalote, de carnadas y pescaderos, de la vida en las chalanas y la vida bajo el agua … 

  Despanzados y aleteando, con unos ojos que te dan ganas de devolverles la vida, algunos dorados y un patí volvieron haciendo pesar la rama donde colgaban cada uno con un hilo de las agallas, pasando el terrible peso de una mano a la otra, hasta llegar a casa, para salir al fin haciendo correr la calle bajo las ruedas, a confirmar el mundo que presentía. 

  Y empecé a repartir esas capturas, como un pequeño gesto de lo que me falta, de lo que quisiera dar, para mis amigos que me cuidan y me salvan la vida, aun sin saberlo, sin enterarse… y mientras tanto compartíamos algo más, lo de siempre, haciendo planes locos para descartar la rutina.  Para reírnos de la escasez de opciones. 

  Entonces volví a casa y dije, que puedo hacer, ya que mi cuerpo arranco arañando el día tan temprano, y arrancaba unos yuyos de vez en cuando, tomando un mate que siempre se enfriaba.   Para perder el tiempo media a ojo las alturas de la tierra y planificaba las futuras acequias, mientras me entretenía mirando la vida de los gansos, los perros, los chanchos, las gallinas, los patos, los gatos, los gurises, los caballos que crían los vecinos…

  Es tan puro el aire, el rio es tan eterno, hay tanto verde entre el viento, que casi siempre me quedo mirando, sin hacer nada, hasta que me agarran ganas de caminar por la costa, mirando los pescadores, juntando piedras, disfrutando del milagro permanente del entorno, tratando de estar lo suficientemente despierto para poder captar por mí mismo alguna faceta desconocida de mi barrio antes de que alguien me la cuente.  

  Llego con la mente en blanco, pleno, indiferente, mientras pasan corriendo los aprendices de boxeadores, embrujados por el carisma y la potencia de María “la mala” Ruíz, ahora que el Fabián armo un gimnasio en el salón de usos múltiples, y tantos gurises (más de setenta) encuentran una salida, alternativa a la calle la delincuencia el revólver y las drogas, una motivación en sus vidas, aprovechando lo único que aprendieron bien: a defenderse a los golpes.

   Y la calle poceada no termina de secarse, como si los charcos estuvieran decididos a esperar la próxima lluvia para no extinguirse, los vecinos pasan en sus motos, rumbo a concordia, al fin necesaria en este sistema de intercambio.  Al rato vuelven, adelante va la añoranza, la urgencia de volver a casa…

  Los gurises juegan en bandadas, dueños del tiempo, señores sin retaceos de este territorio de puertas abiertas, a ninguno lo van a retar por volver embarrado.  Mientras, un jinete pasa en pelo al galope en un hermoso caballo mestizo, apenas molestado por los perros, celosos de su calle.   Algunos enfrente  ya se van juntando con bombo y guitarras.

  Y una frase me aclara todo, otro día, cuando en medio de un revoltijo de letras gritadas y palabras entrecruzadas de gurises decidiendo a que jugar, escucho vamos a jugar a “el rio crece” y ahí recién caigo en la cuenta de que vivir acá, en este barrio costero, representa un sistema de contenidos completamente distinto, propio, independiente, desde la más tierna infancia. 

  Y es por eso que la añoranza siempre está presente, al salir un par de cuadras hacia la ciudad, donde no hay muchos puntos de contacto con la magia y lo intangible de vivir acá. Es por eso que cuando el tráfico del centro arrecia imagino las garzas volando sobre el silencio de las calles.

  Pero vuelvo de noche, caminando por el murallón: en la cortada oscura, una casa palpita al ritmo de furiosas lonjas, voces de hombres mujeres y niños le dan belleza y trascendencia  al ritual, nada más se ve, que la luz escapando por las rendijas entre las tablas y las chapas a punto de reventar con el frenesí de los tambores.  

  Por un momento pienso en quedarme escuchando sentado, como los que salpican los cordones de las veredas de la angosta callejuela, pero la música no es garantía total de paz, aunque amanse así a los más feroces, que respiran mirándome, que indiferentes toman nota de mi posición, por rutina, por precaución. 

  Y de repente… el rio crece… ¡y yo que no me quede a ver el juego para saber que hacer! Se acumulan lluvias, arroyos cargados, sudestadas, trombas de agua que bajan del norte.  

  La corriente ya llega a la puerta de los pobladores ribereños que, sin embargo, permanecerán en sus casas, con el bote atado al largo poste clavado en el suelo, cuando la creciente deje de ser un amague.  

  El pescado sale poco, refugiado, comiendo, en los pozos.  La carnada no sobra, el agua está sucia…el frio es lo de menos, el agua siempre es caliente en invierno.  

  Mañana  voy a pescar, si tengo tiempo…

 

Un chocolate


 


 

Caminando juntos 

Hacia frio, había salido en la mañana soleada y ya promediaba la tarde, paro en un kiosco para comprar un chocolate que me caliente el cuerpo, lo consumo rápidamente mientras camino y ya me dan ganas de comer otro.  

  ¿Vuelvo atrás y compro cuarenta chocolates así me alcanzan hasta llegar a casa? Pienso, en un reflejo consumista, que inmediatamente descarto por irracional, ni siquiera resolví que hacer con el papel celofán de la envoltura: no hay tachos de basura ¿lo guardo? ¿Lo tiro a la calle? ¿Atrás de un muro para que no lo vuele el viento? ¿En la caja de una camioneta? ¿En el patio de una escuela? ¿En la alcantarilla?  Ah... no sé! 

  Lo tiro para arriba y que el elija, pequeño pedazo de basura inofensiva, reluciente, con olor a fábrica de chocolate. 

  A ver, a ver, epa, caracolea y gira estroboscópicamente en el aire, el viento juega haciendo remolinos, lo levanta y lo deja caer sin tocar el suelo, que acrobacias, quiero saber dónde termina esto, no cae, se levanta, sigue vuelo, hasta que una ráfaga llena de arena la aplasta contra el piso, a esa minúscula partícula de resaca industrial, sublimada de materiales innombrables. Se arrima al cordón de la vereda, ya tengo que prestar atención para distinguirla entre el papel de turrón y la bolsa de nailon inmediatamente adyacentes. 

Hormigas rodean un pedazo de manzana, papel de caramelos, volantes y valotas, un pañal…  estaba mirando vibrar el celofán, trabado con un retazo del papel de turrón, cuando desde un auto tiran un paquete de Marlboro Box que sigue su envión empujado por el viento hasta el pequeño cumulo de basura, donde encalla contra el papel de turrón, afirmado en la arena mojada, liberando sin embargo al envoltorio del chocolate, que caracolea feliz cuesta arriba, rumbo a…

  ¡Oh dios! ¡un barrendero!¡ de lejos se lo ve, se la ve, con su altiva postura, y ese tacho con esas bolsas de repuesto… pienso como detenerla, no sé qué hacer, no puedo modificar el rumbo del residuo primario que he adquirido y después echado a volar libre con el viento, observo fatalmente el rumbo mutuo de los duelistas, la barrendera junta y tira, junta y tira, avanza, embolsa encarcelando, 

  Destruye impiadosamente miles de recorridos plásticos por las calles del centro de la ciudad, la estoy mirando, lo nota, apoya la pala y levanta la cabeza, ahora miro al celofán, ahora vuelvo a mirarla a ella, el viento es continuo, ella pierde su tiempo observándome hasta que bajo la cabeza y sigo, junto con el papel celofán que raspa el piso junto al carro y vuela bajo, ahora frenéticamente, lo que me hace trotar para no perderlo entre las cercanas oscuras baldosas de la peatonal.   

  Después de la hora pico, algunos despreocupados personajes, seguramente turistas, y otros que van y vienen, todavía apurados, trabajando o comprando, caminan por la peatonal, solo están fijos los vendedores ambulantes, los policías y los niños que piden en la puerta del supermercado.  El celofán avanza como si no existieran, aprovechando la menor brisa, camino rápido, el policía me observa, apuesto que nunca se imaginaria que estoy persiguiendo un celofán.  

  El sol se esconde entre los edificios de los bancos.  Sigo entre las calles y las casas ahora más chatas, más abiertas, el celofán parece esquivar los montones de basura aquí y allá, de vez en cuando se detiene, y sigue su camino, surfeando contra el cemento, o el ripio, que ya anuncia los viejos territorios, inesperadamente la rueda de un carro lo aplasta y lo pega llevándolo, corro como loco gritando, ¡Uep! ¡Uep! ¡Bueno, bueno, bueno!...

  El carrero me mira, los cajones me miran, por suerte tengo cinco pesos arrugados: ehh…manzana, pera. ¿Banana no? No.  Que barato se vive acá pienso, con la bolsa de frutas, masticando al vuelo, miro el papel en la rueda, el gurisito que tiene las riendas me mira, el tipo sube y las agarra, la yegua toma su paso, las ruedas giran, el celofán se desprende con una aguja de viento que atraviesa los ejes, el verdulero sigue pregonando sus ofertas, el celofán lo sigue, el sol se oculta tras una nube viajera, dos minutos. Insiste ahora con sus últimos rayos.  

  Ahora el viento viene de la costa, lleva el celofán por el Bulevar Chacabuco, se detiene de a ratos y yo también, los pibes de la esquina no saben que pensar, en cualquier momento se van a comer un flash y no sé qué puede pasar, sentado en el aire espero el viento, comiendo una pera, llamo a alguno, me cabecean, hago señas, vienen dos…

¿Que estas mirando vieja? Preguntan entre curiosos y amenazantes, por las dudas, y les explico, que estoy siguiendo el celofán desde el centro, que el viento paro justo ahí nada más, tenés hojillas, pregunto, para generar contacto, ahí te traigo, y uno se queda mirando el celofán aleteando ¿y desde el centro lo venís siguiendo? Sí.  
 
  ¡Qué locura tenés vieja! Dice sin darse cuenta que el viento mueve el celofán y nosotros vamos atrás, vienen las hojillas, yo tenía, pero mejor si hay intercambio, le doy un pedacito para armar, vamos atrás del celofán, ahora somos tres, el viento sigue, prenden el porro, se arriman los demás…mirándome como si fuera un perro verde o algo así, enseguida se entusiasman, en una chilca frente al tiro federal se engancha y queda flameando, uno lo quiere liberar pero le explico que no está permitido, arruinaría el experimento… 

  Nos quedamos esperando, compramos unas birras en el quiosco de enfrente, donde otra barra ya miraba inquisidoramente, se dan las explicaciones de rigor, es tan raro que vienen a comprobarlo, se sientan alrededor, esperando, la gente se conoce, las birras vuelan, los autos se desvían por el otro lado del bulevar, miran como buscando alguna bandera, alguna causa del alegre piquete. 

  Ahora los gurises del barrio revolotean sin entender que pasa, los pibes de la cuadra cuidan que nadie moleste al papel celofán, libre de decidir y tomarse su tiempo, un perro, camina entre todos, pasa por arriba del yuyo y lo arranca, gritos y festejos, los niños saltan de alegría sin preguntarse porque.  

  Alguno va a buscar un buzo, otro más birra, nadie quiere perderse nada, una botella espumea de pastillas, de esa no tomo, somos como veinte ya, sin contar los niños, un patrullero viene lento desde el ex aeroclub, frena asombrado, después sigue despacio, intenta pasar y le explican que momentáneamente no se puede, pretende abrir camino entre los gurises, nadie lo deja, algunas madres van a agarrar las criaturas increpando a los milicos, detallándole hasta la última carencia que soportan en este abandono estatal, mas importantes y mucho más urgentes a su juicio que sacar a pasear trajes azules envolviendo muecas soberbias. 

  Los pibes se ponen adelante del experimento, las caras alegres y despreocupadas se cambian en filo y decisión, los milicos retroceden, masticando su veneno, todos nos reímos, salen marcha atrás justo a tiempo antes que los preadolescentes empiecen a tirar las piedras que estaban juntando, la señora que insulto y hecho a los policías pregunta que pasa…ah están re chapita… dice y se vuelve a lavar la ropa.
  
 En todas las cuadras miran y comentan, se arriman, comparten algo, comentan los problemas del barrio, eternos, estructurales, se van cabeceando resignados, algunos, otros se quedan.

  Somos más de setenta personas, entre mujeres hombres y niños, me parece que algunas chicas se fueron a cambiar para la ocasión, el romance avanza en medio de la masa, miradas, invitaciones, resoluciones… el viento atraviesa la multitud y empuja el papel celofán, dos patrulleros ahora vigilan desde lejos, policías con las itakas en la mano miran, la gente se ríe...

  Los gurises avanzan tirando cuetes, jugando a la pelota, al elástico, a la mancha, a las escondidas entre la gente. Las ultimas matronas le encargan los más chicos a sus hermanitos, antes de comprarle unas roscas al vendedor ambulante, motos y bicicletas son parte de la caravana, van y vienen trayendo provisiones, averiguando la marcha del asunto, pasamos junto al último murallón del Tiro Federal.

  Todos saben que se viene una difícil, no perder de vista el papel entre toda la basura que descansa o vuela en eso que podría haber sido un parque, un espacio verde, lleno de árboles y pájaros, y donde sin embargo solo brotan montones humeantes de plástico, entre los indiferentes caballos, entre los bancos y los faroles abandonados al lado del arroyo claro, entre las columnas de alumbrado desmanteladas.

  Ya estamos en el medio del extendido basural, la tarde se termina, lentamente, casi todos se van, quedo con algunos desencajados, vigilando, no quisiera saber con qué porquerías cortan la cocaína que están tomando, me prometen no perder la presa, los patrulleros, aliviados, se van a su cuartel, me acuesto rendido contra una mora centenaria, me duermo, frio, no tanto ahora…

  despierto sobresaltado, una campera que no es mía me tapa, el viento… helado del amanecer que se viene, me sorprendo de despertarme así, en este lugar, solo entiendo cuando levanto la cabeza, un gran fuego reúne a los que no durmieron, yo me arrimo rápido saludando, nadie me contesta.

  Corren de repente, las caras parecen bustos de bronce en una plaza, alcanzo al puntero, justo para ver como el celofán que señala el dedo mayor se eleva sobre el borde, y cae en las aguas del arroyo concordia, encajonado, y se hunde hasta quedar estacionado en la arena, entre las algas verdes…  los pibes se arriman, se dan la mano, lloran desconsolados, uno me abraza, ahora soy yo el que no entiende, estos están re locos…

  Me prometo ir a buscar la cámara para sacarle una foto que describa esta increíble aventura, si es que estos muchachos se van a dormir alguna vez: más vale no tentar al diablo. Están desayunando con wiski chino, tomo un trago para calentarme, les regalo lo último de faso, para bajar, me despido, me voy a dormir un rato, no descanse nada temblando de frio, llego a casa, pateando basura traída por el viento, me acuesto, tengo grabado  en la mente el lugar donde quedo el celofán.

  Despierto pasado el mediodía, recorro las calles vacías, llevo mi cámara escondida en el zaparrastroso bolso de pesca, nadie quedo, el fuego sigue quemando plásticos, a veces una imagen nos da una sensación corporal, siento un escalofrío, un bajón de presión, en el arroyo palean arena de primera calidad, prolijamente juntada en montones

 ¡Todo fue arrasado! ¡Mala suerte! Miro un rato y reflexiono, me saludan desde el carro, es el Chula que junta arena, hace dos días tendría que haberme llevado, recién entiendo por qué: las lluvias no lo dejaban trabajar… Estás en tu casa más tarde, me pregunta, te llevo lo tuyo… 

  Dale, dale, ya voy para allá en un rato.  Vuelvo y en el silencio espero, luego miro como descargan la arena, buena y barata ¿Está bien? Pregunta tal vez por mi forma de mirarla.  Sí, sí, todo bien, estoy pensando en otra cosa, no puedo creeer que volvió a mí, en la última palada, ¿el mismo celofán? Pareciera… limpita viste… dice mientras lo saca y lo tira afuera, charlamos un rato, le pago, se van, cierro el portón.  

  No te enteraste del piquete de ayer,  me comenta al salir, dicen que mañana viene el intendente,  pero ya no lo escucho, iluso, una sensación me hace girar la vista atrás, como una presencia, alcanzo a ver el intenso viento arrancando el papel hacia el cielo, cayendo atrás de la defensa, donde lujosas camionetas tiran basura, ya no puedo seguirlo, sé que terminara en el rio… no quiero pensar en eso.

  Busco los baldes, la cuchara… Siento que soy otra persona ¿Que paso ayer?  ¿Tal vez todo fue un sueño? Empiezo a hacer la mezcla, pasa rápidamente el camión de la basura…  los perros, echados al costado de la calle como siempre, se levantan a ladrarle…

10 agosto

Así es el amor


 


 

No sé porque te amo 

  Creo que el amor es eso que no se alcanza ni  a explicar, creo que el amor es eso que no podemos evitar, ni aunque quisiéramos, es magia, es como una fuerza, una puerta, un pensamiento reposándose en nuestras alas, una energía que llena nuestro mundo de colores, y se expresa en cada gesto, en cada cosa que hacemos. 

  Se da a manos llenas por los niños, que no son mezquinos hasta que les enseñan, hasta que crecen y aprenden de los adultos el miedo y la manipulación.  Se mendiga como el pan en las calles, se le pone precio en los salones. Se busca a tientas en la oscuridad de la selva de cemento.

  Y después de mil olas, tragando agua, tal vez llegamos a una isla donde ya no hay dudas, donde un segundo se cambia por un año, donde quedamos indefensos enredados como una mosca en telas de araña y sin embargo no nos comen.  

  Ese estado vulnerable de cambiar la piel, acurrucarnos sin miedo, y sentir que otra persona se amolda a nuestra energía, a nuestro perfil, a nuestro cuerpo, a… que profundo es un ser humano cuando se lo consume célula por célula.

  Y sentir que el descubrimiento es aventura, porque ya no hay parámetros, porque caminamos por la faceta brillante del mundo… ¿o somos nosotros los que brillamos? Debe ser también, porque envuelto en esta luz podría morir ahora mismo, feliz de haber conocido tus brazos, envolviéndome.

  Aunque también acechen, esperando un parpadeo: la posesión, los celos, la desconfianza, el miedo a perderte, la saturación, el control…  queden esperando eternamente si queremos que el amor nos libere, nos alimente, nos deje crecer, o caeremos en negocios mundanos, prefijando el cuándo y el cómo, exigiendo sonrisas, capturando el alma con una soga. 

  ¿Transformar esta ultrasensibilidad en despojo? No, solo tengo este segundo, evitare sumarlo al tiempo, sé que siendo el ultimo o el primero de una cadena infinita de milenios, lo que quedo en mí ya no se ira.  No atare tus alas a la maravilla de descubrir una persona, solo tu entrega me hace hombre, mujer…

  Y a veces pienso si mi amor no será completamente egoísta, y te amo porque solo vos me ves.  Porque me colmaste de vida,  jugando a pintarme de colores, de sabores, llenándome de música, porque limpiaste mi vida y mi corazón desterrando hasta el recuerdo de mis malos pensamientos, de mis cuentas pendientes. 

  Tal vez te amo porque me diste un mundo completamente nuevo, jugando con mis cadenas como con telas de araña…

  


Dejo de pensar y me consuelo pensando que jamás elegí amarte, solo fui (fuimos) avasallado inexorablemente por un mar lento y dulce que ya no tiene principio ni fin, del que no se puede ni imaginar una salida.  Navego como Cristóbal Colon, ansiando a ratos una tierra donde tenga un poco de respiro mi pecho, pero no la busco. Te dejare estallar si es tu deseo, indomable corazón, mirándote.

  Pero no, confío ciegamente en él, solo está renovando cada poro, cada rincón del cuerpo, de la mente y del alma, titánica tarea, sin dudas merece todo su esfuerzo.

  ¡Qué le voy a decir!  Solo lo alimento, dejo que lo envuelvan en caricias tibias y besos a punto de ser dados, de pestañas acariciando el rostro, porque la luz de tus ojos ilumina este corazón, que hace bombear la sangre, que mantiene todo mi cuerpo, atravesando el mundo entero como si fuera una hoja de papel, solo para llegar a vos y ver tus ojos, reflejando estrellas de otros universos…

  …No puedo escribir más.  El mundo tiene hoy una profundidad tan grande, una energía tan pura que tal vez me aplaque y me encause a la vez, voy a caminar bajo la lluvia…

…Como ese primer día.

Música


 

Ayer 

  Estaba con el mazo a punto de empezar a demoler mi casa, cansado de verla tan quieta, cuando sonó el teléfono, y con cada rrrriiiiiinnnnngggggggggggg que no lo encontraba se volvía más urgente la situación hasta que abajo de la mesa lo veo y atiendo: numero equivocado.  

  Me piden disculpas amablemente y cortan, rápidamente, dejándome con ganas de preguntarle algunas cosas, como por ejemplo…no se… como puede estar tan seguro de que dio equivocado?

  Y quedé descolocado, sentado en el suelo con el teléfono en la oreja, olvidando mi proyecto,  y pensando que hacer.  Entonces puse música.

Si he de morir que  sea con música, pensaba, o sino con el canto de pájaros viento y marea alta, o sino que sea escuchando el grito de los vendedores callejeros, colectivos llenos y pasos entrelazados, más bien, si he de morir que sea al contado, efectivo, y no en cuotas… 

Y el placer de escuchar esa canción que no recuerdo me generaba esas reflexiones, absorbiendo el entorno en una sensación.

  Y pasaban los temas de la heterogénea lista, una canción nueva me hace prestar atención a la letra, otras que están en algún idioma que no conozco, me dejan imaginarla, acorde al matiz, al color, a la vibración del sonido, hasta que un solo de guitarra me atrapa descartando todo pensamiento. 

  …O este silencio absoluto de mi calle es lo que me gusta escuchar a esta hora, justo antes de las ocho, cuando de a poco se empiezan a desplegar como telarañas horizontales los ruidos de ranas, gente, autos, motos, el viento rozando las ramas de los arboles viejos...

  ¡Sirenas policiales! ¡Contaminación! 

  Adentro, ahí va la música nomas jajaja  ¡qué buena suerte, arranco grandiosamente Ciro Pertusi en ataque 77 al palo! Justo lo que necesitaba.  A cada cual su gusto, pero cada uno lo siente desde siempre.

  Es decir, hay una especie que no puede vivir sin música, el ser humano, hace miles de años haciendo instrumentos rústicos o sofisticados en todos los rincones del globo terráqueo.

  Sobre todo en los niños pequeños se percibe una manera de jugar con el ritmo, una forma de percibir el sonido tan íntima,  tan personal, que parecieran conectados desde antes de nacer, solo esperando que les den la oportunidad de hacer ruido, como les llaman algunos padres a esos golpes que parecen inconexos, a esa identidad sonora que se busca en las cosas.  

  Hasta que en algún momento la presión del mundo cotidiano descarta esa conexión por superflua, innecesaria a los fines del mismo, se pierde la oportunidad de comunicarnos con lo intraducible, el cuerpo se olvida de crear, de sentir la música, solo la escucha por un parlante y se contonea al compás (en la mayoría de los casos).

  Sin embargo el oído tiene una capacidad y una memoria tan grande que ni siquiera es conocida, por la absoluta preeminencia que le damos a la vista, con tan lamentables consecuencias en nuestro desarrollo.

  (Claro que también se deja de lado al olfato, al gusto, al tacto, o se los educa como si fueran guardianes, en vez de herramientas de percepción, pero no es objeto de este pasquín detenerse en ellos también)  nos olvidamos del ritual antiguo de elaborar canciones, de machacar tambores hasta hacerlos hablar, del sonido puro como herramienta ancestral de comunicación con lo imposible, lo desconocido. 

  Nos perdimos de la conexión que se da entre personas que tocan juntas instrumentos hasta hacerlos coincidir en un latido, un ritmo, hasta que sea expresión, descripción conjunta del mundo. Solo se permite un tiempo, como sueño de adolescente, en algunos casos, con fecha de vencimiento, no sea cosa…  que termine como esos comparseros borrachos de carnaval que le dan al tamboril, tiriquitiquiriquitiquiriquitiquiriquitiqui, como si eso le fuera a dar algún sentido a su vida, como si fueran a progresar:

  ¡Tocando el tambor! 

  No, eso no está dentro de las directivas sociales imperantes.  Mejor ni arriesgar.

  Y así y todo se encontró la manera de hacer (declarar) música para elites y música para el populacho, de fomentar unos estilos contra otros, de otorgar jerarquías a los instrumentos, a la afinación, a la técnica, al tono, y cuantas aberraciones más que hacen avergonzar a los sonidos, puros, juguetones, libres, que sin enterarse se pasean de una canción a la otra de un continente a otro de voces a corazones, de corazones al viento, del viento a la lluvia sobre los techos… 

  Y así interminablemente, dando un salto en el silencio para caer como truenos lejanos que nos dicen que la fiesta ya empezó en otro lado. Que la vida puede ser expresada en todo su esplendor, en toda su dimensión, en todas sus facetas.

  Porque la primera función de la música fue comunicar, describir, en un momento de la humanidad donde la cosa no pasaba por sentarse en un sillón con auriculares y olvidarse del mundo, más bien todo lo contrario.  

  El batir del tambor, de cuero crudo y sangrante, llamaba a la tribu para la guerra o para la ceremonia, la celebración, transmitía las noticias, o era parte de rituales de una espiritualidad ya desconocida.  Viajando por la selva o el desierto, su sonido no era indiferente para nadie.  

  Todavía queda en las canciones, el llamado de la sangre, libertad, eternidad…encontrémoslo.

Felices e Incapaces

  Bueno...   Siempre es un problema conocer a gente importante.  Y es un problema porque la gente importante tiene problemas importantes... ...