Caminando
juntos
Hacia frio, había salido en la mañana soleada
y ya promediaba la tarde, paro en un kiosco para comprar un chocolate que me
caliente el cuerpo, lo consumo rápidamente mientras camino y ya me dan ganas de
comer otro.
¿Vuelvo atrás y compro cuarenta chocolates así me alcanzan
hasta llegar a casa? Pienso, en un reflejo consumista, que inmediatamente
descarto por irracional, ni siquiera resolví que hacer con el papel celofán de
la envoltura: no hay tachos de basura ¿lo guardo? ¿Lo tiro a la calle? ¿Atrás
de un muro para que no lo vuele el viento? ¿En la caja de una camioneta? ¿En el
patio de una escuela? ¿En la alcantarilla? Ah... no sé!
Lo tiro para arriba
y que el elija, pequeño pedazo de basura inofensiva, reluciente, con olor a
fábrica de chocolate.
A ver, a ver, epa, caracolea y gira
estroboscópicamente en el aire, el viento juega haciendo remolinos, lo levanta
y lo deja caer sin tocar el suelo, que acrobacias, quiero saber dónde termina
esto, no cae, se levanta, sigue vuelo, hasta que una ráfaga llena de arena la
aplasta contra el piso, a esa minúscula partícula de resaca industrial,
sublimada de materiales innombrables. Se arrima al cordón de la vereda, ya
tengo que prestar atención para distinguirla entre el papel de turrón y la
bolsa de nailon inmediatamente adyacentes.
Hormigas rodean un pedazo de
manzana, papel de caramelos, volantes y valotas, un pañal… estaba mirando
vibrar el celofán, trabado con un retazo del papel de turrón, cuando desde un
auto tiran un paquete de Marlboro Box que sigue su envión empujado por el
viento hasta el pequeño cumulo de basura, donde encalla contra el papel de
turrón, afirmado en la arena mojada, liberando sin embargo al envoltorio del
chocolate, que caracolea feliz cuesta arriba, rumbo a…
¡Oh dios! ¡un
barrendero!¡ de lejos se lo ve, se la ve, con su altiva postura, y ese tacho
con esas bolsas de repuesto… pienso como detenerla, no sé qué hacer, no puedo
modificar el rumbo del residuo primario que he adquirido y después echado a
volar libre con el viento, observo fatalmente el rumbo mutuo de los duelistas,
la barrendera junta y tira, junta y tira, avanza, embolsa encarcelando,
Destruye impiadosamente miles de recorridos plásticos por las calles del centro
de la ciudad, la estoy mirando, lo nota, apoya la pala y levanta la cabeza,
ahora miro al celofán, ahora vuelvo a mirarla a ella, el viento es continuo,
ella pierde su tiempo observándome hasta que bajo la cabeza y sigo, junto con
el papel celofán que raspa el piso junto al carro y vuela bajo, ahora
frenéticamente, lo que me hace trotar para no perderlo entre las cercanas
oscuras baldosas de la peatonal.
Después de la hora pico, algunos
despreocupados personajes, seguramente turistas, y otros que van y vienen,
todavía apurados, trabajando o comprando, caminan por la peatonal, solo están
fijos los vendedores ambulantes, los policías y los niños que piden en la
puerta del supermercado. El celofán avanza como si no existieran,
aprovechando la menor brisa, camino rápido, el policía me observa, apuesto que
nunca se imaginaria que estoy persiguiendo un celofán.
El sol se esconde
entre los edificios de los bancos. Sigo entre las calles y las casas
ahora más chatas, más abiertas, el celofán parece esquivar los montones de
basura aquí y allá, de vez en cuando se detiene, y sigue su camino, surfeando
contra el cemento, o el ripio, que ya anuncia los viejos territorios,
inesperadamente la rueda de un carro lo aplasta y lo pega llevándolo, corro
como loco gritando, ¡Uep! ¡Uep! ¡Bueno, bueno, bueno!...
El carrero me mira, los cajones me
miran, por suerte tengo cinco pesos arrugados: ehh…manzana, pera. ¿Banana no?
No. Que barato se vive acá pienso, con la bolsa de frutas, masticando al
vuelo, miro el papel en la rueda, el gurisito que tiene las riendas me mira, el
tipo sube y las agarra, la yegua toma su paso, las ruedas giran, el celofán se
desprende con una aguja de viento que atraviesa los ejes, el verdulero sigue
pregonando sus ofertas, el celofán lo sigue, el sol se oculta tras una nube
viajera, dos minutos. Insiste ahora con sus últimos rayos.
Ahora el
viento viene de la costa, lleva el celofán por el Bulevar Chacabuco, se detiene
de a ratos y yo también, los pibes de la esquina no saben que pensar, en
cualquier momento se van a comer un flash y no sé qué puede pasar, sentado en
el aire espero el viento, comiendo una pera, llamo a alguno, me cabecean, hago
señas, vienen dos…
¿Que estas mirando vieja? Preguntan entre
curiosos y amenazantes, por las dudas, y les explico, que estoy siguiendo el
celofán desde el centro, que el viento paro justo ahí nada más, tenés hojillas,
pregunto, para generar contacto, ahí te traigo, y uno se queda mirando el
celofán aleteando ¿y desde el centro lo venís siguiendo? Sí. ¡Qué locura tenés
vieja! Dice sin darse cuenta que el viento mueve el celofán y nosotros vamos
atrás, vienen las hojillas, yo tenía, pero mejor si hay intercambio, le doy un
pedacito para armar, vamos atrás del celofán, ahora somos tres, el viento
sigue, prenden el porro, se arriman los demás…mirándome como si fuera un perro
verde o algo así, enseguida se entusiasman, en una chilca frente al tiro
federal se engancha y queda flameando, uno lo quiere liberar pero le explico
que no está permitido, arruinaría el experimento…
Nos quedamos esperando,
compramos unas birras en el quiosco de enfrente, donde otra barra ya miraba
inquisidoramente, se dan las explicaciones de rigor, es tan raro que vienen a
comprobarlo, se sientan alrededor, esperando, la gente se conoce, las birras
vuelan, los autos se desvían por el otro lado del bulevar, miran como buscando
alguna bandera, alguna causa del alegre piquete.
Ahora los gurises del
barrio revolotean sin entender que pasa, los pibes de la cuadra cuidan que
nadie moleste al papel celofán, libre de decidir y tomarse su tiempo, un perro,
camina entre todos, pasa por arriba del yuyo y lo arranca, gritos y festejos,
los niños saltan de alegría sin preguntarse porque.
Alguno va a buscar un
buzo, otro más birra, nadie quiere perderse nada, una botella espumea de
pastillas, de esa no tomo, somos como veinte ya, sin contar los niños, un
patrullero viene lento desde el ex aeroclub, frena asombrado, después sigue
despacio, intenta pasar y le explican que momentáneamente no se puede, pretende
abrir camino entre los gurises, nadie lo deja, algunas madres van a agarrar las
criaturas increpando a los milicos, detallándole hasta la última carencia que
soportan en este abandono estatal, mas importantes y mucho más urgentes a su
juicio que sacar a pasear trajes azules envolviendo muecas soberbias.
Los pibes
se ponen adelante del experimento, las caras alegres y despreocupadas se
cambian en filo y decisión, los milicos retroceden, masticando su veneno, todos
nos reímos, salen marcha atrás justo a tiempo antes que los preadolescentes
empiecen a tirar las piedras que estaban juntando, la señora que insulto y
hecho a los policías pregunta que pasa…ah están re chapita… dice y se vuelve a
lavar la ropa.
En todas las cuadras miran y comentan, se arriman, comparten
algo, comentan los problemas del barrio, eternos, estructurales, se van
cabeceando resignados, algunos, otros se quedan.
Somos más de setenta personas, entre
mujeres hombres y niños, me parece que algunas chicas se fueron a cambiar para
la ocasión, el romance avanza en medio de la masa, miradas, invitaciones,
resoluciones… el viento atraviesa la multitud y empuja el papel celofán, dos
patrulleros ahora vigilan desde lejos, policías con las itakas en la mano
miran, la gente se ríe...
Los gurises avanzan tirando cuetes, jugando a la
pelota, al elástico, a la mancha, a las escondidas entre la gente. Las ultimas
matronas le encargan los más chicos a sus hermanitos, antes de comprarle unas
roscas al vendedor ambulante, motos y bicicletas son parte de la caravana, van
y vienen trayendo provisiones, averiguando la marcha del asunto, pasamos junto
al último murallón del Tiro Federal.
Todos saben que se viene una difícil, no perder de
vista el papel entre toda la basura que descansa o vuela en eso que podría
haber sido un parque, un espacio verde, lleno de árboles y pájaros, y donde sin
embargo solo brotan montones humeantes de plástico, entre los indiferentes
caballos, entre los bancos y los faroles abandonados al lado del arroyo claro,
entre las columnas de alumbrado desmanteladas.
Ya estamos en el medio del
extendido basural, la tarde se termina, lentamente, casi todos se van, quedo
con algunos desencajados, vigilando, no quisiera saber con qué porquerías
cortan la cocaína que están tomando, me prometen no perder la presa, los
patrulleros, aliviados, se van a su cuartel, me acuesto rendido contra una mora
centenaria, me duermo, frio, no tanto ahora…
despierto sobresaltado, una campera que
no es mía me tapa, el viento… helado del amanecer que se viene, me sorprendo de
despertarme así, en este lugar, solo entiendo cuando levanto la cabeza, un gran
fuego reúne a los que no durmieron, yo me arrimo rápido saludando, nadie me
contesta.
Corren de repente, las caras parecen bustos de bronce en una plaza,
alcanzo al puntero, justo para ver como el celofán que señala el dedo mayor se
eleva sobre el borde, y cae en las aguas del arroyo concordia, encajonado, y se
hunde hasta quedar estacionado en la arena, entre las algas verdes… los
pibes se arriman, se dan la mano, lloran desconsolados, uno me abraza, ahora
soy yo el que no entiende, estos están re locos…
Me prometo ir a buscar la cámara para
sacarle una foto que describa esta increíble aventura, si es que estos
muchachos se van a dormir alguna vez: más vale no tentar al diablo. Están
desayunando con wiski chino, tomo un trago para calentarme, les regalo lo
último de faso, para bajar, me despido, me voy a dormir un rato, no descanse
nada temblando de frio, llego a casa, pateando basura traída por el viento, me
acuesto, tengo grabado en la mente el lugar donde quedo el celofán.
Despierto pasado el mediodía, recorro
las calles vacías, llevo mi cámara escondida en el zaparrastroso bolso de
pesca, nadie quedo, el fuego sigue quemando plásticos, a veces una imagen nos
da una sensación corporal, siento un escalofrío, un bajón de presión, en el
arroyo palean arena de primera calidad, prolijamente juntada en montones
¡Todo
fue arrasado! ¡Mala suerte! Miro un rato y reflexiono, me saludan desde el
carro, es el Chula que junta arena, hace dos días tendría que haberme llevado,
recién entiendo por qué: las lluvias no lo dejaban trabajar… Estás en tu casa
más tarde, me pregunta, te llevo lo tuyo…
Dale, dale, ya voy para allá en un
rato. Vuelvo y en el silencio espero, luego miro como descargan la arena,
buena y barata ¿Está bien? Pregunta tal vez por mi forma de mirarla. Sí, sí, todo bien, estoy pensando en otra
cosa, no puedo creeer que volvió a mí, en la última palada, ¿el mismo celofán? Pareciera…
limpita viste… dice mientras lo saca y lo tira afuera, charlamos un rato, le
pago, se van, cierro el portón.
No te enteraste del piquete de
ayer, me comenta al salir, dicen que mañana viene el intendente,
pero ya no lo escucho, iluso, una sensación me hace girar la vista atrás, como
una presencia, alcanzo a ver el intenso viento arrancando el papel hacia el
cielo, cayendo atrás de la defensa, donde lujosas camionetas tiran basura, ya
no puedo seguirlo, sé que terminara en el rio… no quiero pensar en eso.
Busco los baldes, la cuchara… Siento
que soy otra persona ¿Que paso ayer? ¿Tal vez todo fue un sueño? Empiezo
a hacer la mezcla, pasa rápidamente el camión de la basura… los perros, echados
al costado de la calle como siempre, se levantan a ladrarle…