Cada gremio, cada corporación, cada grupo de influencia o poder tiene sus propias herramientas, y las usa a discreción. Así dirige su agenda a través de sus fortalezas y no de sus debilidades, así manipula y encausa la opinión para defender sus privilegios y aumentar sus beneficios.
En el entramado social, como en la naturaleza: todo es parte, todo compone, nutre, crea, destruye... todo es igualmente importante, único y necesario. No hay más que un enfoque hegemónico, una mirada desde la fresca sombra del poder para decir que el trigo es más fundamental que la ortiga, o que una maestra es más prioritaria que un plomero.
En la complejidad del ser humano, del verdadero ser humano tomado como un fin en sí mismo, como un ser viviente y consciente, nada tiene valor si no es un camino hacia la libertad y el autoconocimiento. No tiene valor alguno entonces, la caduca, anticuada, educación formal.
A partir de una posición inobjetada por el "Stablishment", por el poder monolítico y real -ya que su papel permanente es fortalecer, justificar y mantener el status quo, rejuveneciendo estructuras de sumisión y control- la corporación educativa, más que ninguna otra, ha tenido la oportunidad de entronizarse a si misma sin ningún tipo de oposición.
Pero la realidad es que personas, seres vivos, destellos luminosos de este planeta son encajonados como pescados durante muchísimas horas de muchos de los mejores años de su vida, sin más resultados comprobables que la inhumana aceptación de la violencia y la opresión cotidiana, la naturalización del autodesperdicio, de la censura y el autoritarismo extremo.
Y todo esto, disimulado con un par de datos históricos, científicos, o geográficos manifiestamente falsos, como adiestramiento para soportar y adaptarse a un sistema de opresión y uso destructivo de las personas. Más allá de eso, históricamente, no se ha visto luchar a un maestro por otra cosa que su salario, sin dejar de defender el esquema deshumanizante que se lo proporciona.
Claro, los obreros también luchan por su salario, los empresarios por su ganancia, los soldados por su chaleco antibalas, pero ninguno de estos tiene como material a niños crédulos e inocentes a los que moldear e intimidar, acosar y consumir psicológicamente, sino que ponen en juego su propio cuerpo, en relación con personas adultas similares a ellos, con poderes que los limitan y controlan, cuando no los persiguen y degradan.
En todo el espectro humano, solo los narcisistas y perversos, pedófilos, degenerados y depredadores sexuales, los caníbales y los asesinos seriales y descuartizadores, tienen un amplio y real punto de contacto y confluencia con los maestros y profesores, con las maestras y profesoras. Por eso no es inhabitual que compartan el mismo espacio mental y el mismo cuero, pasando del salón de clases a la calle, de un coto de caza al otro.
Pero la narrativa gratuita y heroica nos dice que dedicar media vida a aprender a leer las instrucciones para ser esclavos voluntarios felices es un acto de autoconstrucción. Que insistir día tras día en oscurecer y encerrar en barrotes conceptuales a personas libres es un acto de amor. La realidad es que no adquirimos ningún conocimiento que pueda ser utilizado en nuestro propio provecho, en nuestra libertad.
La realidad es que la educación y su innegable contribución al totalitarismo puede ser representada como un adiestramiento, mucho más que una domesticación. Pero no el "amable" adiestramiento del domador del circo, que pone su cabeza en las fauces del león, pagando con su vida el error de cualquier sobreexplotación.
La educación que nos imponen se parece más a una jauría de lobos acorralando corderos adentro de una jaula, exigiendo un pago por acosar sin matar, por amontonar el ganado humano hacia los corrales y pasillos donde pueda ser seleccionado y usado a voluntad. Y eso es todo el resultado.
Adquirimos solamente los conocimientos y conductas que nos permitan encajar en los planes y las políticas de los imperios y corporaciones, que favorezcan a tiranos y dictadores. Y eso durante años. Toda la educación ficticia, inútil y abstracta que recibimos como sagrada, no tiene otro fin que amansarnos para ser pinchados por el tenedor de los poderosos sin quejarnos.
Nos convertimos en seres inocuos e indefensos, en mascotas degradadas, eternamente pedigüeñas, inconformables y complacientes a la vez, dispuestas a todos los esfuerzos para lograr los caramelos que nos han enseñado a masticar. Nos convertimos en esclavos oscuros y apagados. Nos convertimos en seres muertos de antemano.
Y aún así nos enseñan a decir: "Feliz día, maestros!"